Las cancelaciones de Pablo
Las distintas cancelaciones que ha padecido el bueno de Pablo Und Destruktion hasta la fecha resultaron todas una especie de parodia patria de las cancelaciones woke que observamos -un tanto atónitos, a veces malévolamente divertidos- entre las altas esferas de Hollywood. Una parodia de una parodia, a decir verdad, como una de esas muñecas rusas.
Parece que la generación ansiosa vigila el léxico y la pluralidad (aunque eso sí: sólo la suya) para señalar al grito de “¡fascista!” a cualquiera que quiera mirar en las grietas o entre las sombras, que reconozca el matiz y que mantenga un mínimo de discurso propio, signifique esto lo que signifique.
La palabra -bien elegida- sustituye a la elocuencia de la acción y de este modo, basta con criticar en la red social que toque el hecho de turno, apedrear a Pablo o a quien corresponda, para autoproclamarse como uno de los buenos, ergo une de les buenes.
Castigan al que, no es que piense distinto sino que piensa.
Lamentablemente se marca a todo el que desafía (y ni siquiera) al discurso oficial y se le aparta, fingiendo preocupación por unas minorías que más bien necesitan actos -y no palabras- y por una realidad que fomentan (fomentamos) con nuestro modo de vida. Son los nuevos Torquemadas: mucho más preocupados en buscar y señalar culpables que en asumir sus propias responsabilidades.
La cancelación (las cancelaciones) de Pablo Und Destruktion es, sobre todo, la victoria del cinismo, en el peor de los casos, o de la ignorancia, en el mejor. Resultan como pegarle una colleja al niño que señala al Rey desnudo.
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Pensaba en todo esto después de leer Caledonian Road de Andrew O’Hagan, que dedica buena parte de la narración a desenmascarar la mentira woke, poniendo de manifiesto el daño que le hace a la causa. Imposible no acordarse también y en este sentido, de las magistrales La Mancha Humana, de P. Roth, y de Los Netanyahus de J. Cohen.