Resumir el debate sobre Inteligencia Artificial a un sí o no, a si esta es “buena” o “mala”, resulta muy infantil. Lo explica muy bien el gran Yuval Noaḥ Harari en su nuevo libro “Nexus“, que analiza el origen y desarrollo de las redes de información, desde la edad de piedra hasta hoy, y su profundo impacto en nuestras sociedades. Continue reading “Nexus: pasado y futuro de las redes de información”
El coche eléctrico es justo lo contrario a una movilidad sostenible
Artículo original publicado en Ciclosfera
Cada vez que acudo a foros sobre movilidad sostenible me encuentro con que la inmensa mayoría de los ponentes pertenecen al lobby del automóvil. El debate acaba girando entonces en torno al coche eléctrico, dando por sentado de manera tácita que coche eléctrico y movilidad sostenible son exactamente lo mismo. Pero la verdad es que no lo son. No lo son ni de lejos.
Continue reading “El coche eléctrico es justo lo contrario a una movilidad sostenible”
Mis 15 libros favoritos de 2023
Estos son mis 15 libros favoritos de 2023. ¡Buenas lecturas!
15. La Máscara Moral de Edu Galán (ensayo)
“El Capitalismo de la Vigilancia” patrio. Uno de esos libros que te hacen cerrar Instagram y tirar la llave bien lejos.
14. Historia de Shuggie Bain de Douglas Stuart (novela)
A medio camino entre Trainspotting y Greta Garbo, diría que poco más se le puede pedir a una novela.
¿La primera impresión es la que cuenta?
Decía Donald Drumper en Mad Men que la publicidad se basa en la felicidad, y añadía algo así como que la felicidad es una valla publicitaria a un lado de la carretera que te grita que sea lo que sea lo que estés haciendo, lo estás haciendo bien.
Continue reading “¿La primera impresión es la que cuenta?”
Darle vueltas al Black Friday no merece la pena
No me he preocupado por el Black Friday en mi vida, y llevo más de una década dedicado al marketing digital.
He hecho campañas de Black Friday, claro -y diría que muy a mi pesar- pero cuando leo a profesionales del marketing decir eso de que “el Black Friday hay que empezar a trabajarlo con meses de antelación“, (que en mi cabeza suena como “il blick fridi hay qui trabajarli con…”,),y luego resulta que son los mismos que, año tras año, acaban haciendo campañas de un 80% de descuento, definitivamente me echo la mano a la pistola.
Continue reading “Darle vueltas al Black Friday no merece la pena”
Shopify y la importancia de la gestión de las expectativas
Crowdfunding: ¿por qué lo llamas inversión cuando quieres decir regalo?
Los negocios han cambiado y la forma de financiarse de las empresas también. En el mundo startup el modelo de financiación vía crowdfunding parece arrasar, con decenas de titulares sobre exitosas rondas de financiación que levantan -y esa es la expresión que utilizan- millones de euros. Solo muy de vez en cuando, aparece alguna referencia hacia alguno de los cadáveres que van quedando por el camino.
Continue reading “Crowdfunding: ¿por qué lo llamas inversión cuando quieres decir regalo?”
Si eres mayor de 18 años haz clic aquí
¿De verdad resulta tan difícil controlar el acceso de menores al porno en Internet? La mayoría de las referencias que encuentro en prensa sobre este tema utilizan expresiones como “tratar de ponerle puertas al campo” o “intentar domar al viento” pero ¿es realmente así? ¿Resulta tan complicado?
En la actualidad, cualquiera -independientemente de su edad- puede entrar en la página porno que quiera clicando “sí” a la pregunta de si es mayor de edad. Resulta como poder conducir sin tener que demostrar que tienes carné, sólo diciendo que lo tienes.
Ese aviso de entrada y un clic es todo lo que necesitan hacer las webs de pornografía (me niego a usar el eufemismo “para adultos”) para poder mostrar todo su contenido, en muchos casos tremendamente explícito, aberrante y violento.
Desde luego, si lo que se pretende es evitar que un menor de edad pueda acceder al porno este aviso parece muy poca cosa; una barrera más imaginaria que real. Resulta lo mismo que no hacer nada, pero eso es exactamente lo que marca la ley. Ni más ni menos.
En España, el único partido que hizo referencia al tema del acceso de menores a pornografía en la red en su programa electoral fue el PSOE, pero el hecho objetivo es que la propuesta del programa no ha pasado de ahí: se ha quedado en otra clásica promesa electoral (bastante abstracta, en realidad) no cumplida.
En el resto de Europa sucede entre lo mismo y parecido que en España. Mal de mucho, consuelo de tontos.
No ha sido una legislatura fácil, condicionada por la pandemia, primero, y por la guerra de Ucrania, después, pero lo que está pasando con los niños y adolescentes es extremadamente grave y tanto el gobierno de España como la Unión Europea deberían actuar (es decir, legislar) con urgencia. No se me ocurren muchos asuntos mayores en importancia.
Algunas de las trabas principales para legislar tienen que ver con la Ley de protección de datos, una ley deficiente en muchos aspectos y también en este.
El consumo de porno para niños y adolescentes es peligrosísimo para su salud mental y su conducta, una auténtica amenaza ante la que todo lo que tienen (tenemos) los padres a mano para poder defenderse son: 1) la educación (que en la lucha desigual contra las hormonas y la curiosidad de los niños y adolescentes tampoco puede hacer milagros) y 2) los programas de control parental, que van vinculados a redes y/o dispositivos concretos y que, además, tienen importantes brechas de seguridad.
Las instituciones están dejando a niños, adolescentes y padres solos ante los peligros de la digitalización y, por mucho que quieran hacernos creer que la tarea de controlar estos desmanes es hercúlea, lo cierto es que lo que único que hace falta, como casi siempre, es voluntad.
Como decía, este tema sólo ha aparecido en un programa electoral (de forma bastante general además, como suele ocurrir en estos casos, más como una declaración de intenciones que como una hoja de ruta clara) y las principales trabas para legislar tienen que ver con la protección de datos.
La Ley de protección de datos (que por cierto no cumple con su función ni de lejos, aunque ese es otro tema) hace difícil -por no decir imposible- exigir la verificación personal de perfiles por parte de este tipo de páginas web y otras. En Europa, a excepción del Reino Unido, que está intentando hacer prosperar una reforma de ley para abordar el tema, la parálisis de los gobiernos es total.
¿Por qué?
Seguramente porque el debate social (ergo, los votos) está en otro lado (al fin y al cabo, nadie piensa que su hijo esté consumiendo porno duro a diario. Tendemos a pensar —muy humano esto—, que esos dramas solo les suceden a otros. Como Laplace, no contemplamos esa hipótesis).
Empieza a haber ahora cierta agitación social, cuando se han disparado las agresiones sexuales entre niños y adolescentes… pero seguimos sin estar a la altura de las circunstancias enredados en debates y polémicas de pueblo, con perdón, y engañados por el mito de que en Internet nada se puede regular (aunque claro que se puede).
Los gobiernos necesitan recuperar la soberanía digital, por así decirlo, y no seguir cediéndosela a los Meta, Google, Amazon, Tiktok… ni a las contadas empresas (pueden contarse con los dedos de las manos) que dominan el 99% del tráfico porno en la red.
Ademas los ciudadanos, especialmente los de mi generación, tenemos que presionar para que así sea. Para las generaciones mayores, la digitalización está llena de enigmas y de mitos que han prosperado (como el de que en Internet todo vale o nada tiene remedio), para las generaciones más jóvenes Internet es parte de la vida, no hay distinción. Los que tenemos que presionar para que Internet sea un sitio sano somos los que ahora tenemos entre unos 30 y 60 años, ¿quiénes si no?
En general, la brecha entre lo que pueden hacer los canales y medios tradicionales (televisión, prensa…) y lo que pueden hacer los medios en internet es gigantesca. Por ejemplo, en televisión los partidos políticos indican los espacios de campaña como propaganda electoral por ley mientras en Internet todo vale. Pasa lo mismo con la pornografía, es imposible mostrar porno, incluso el más blando, en televisión y, sin embargo, cualquier niño con acceso a Internet puede encontrar porno duro -literalmente- en tres clics. ¿Tiene esto algún sentido? ¿Es realmente imposible conseguir cambiar esta realidad?
Insisto, no lo es. Es una cuestión de voluntad política y dotación de medios. Evidentemente siempre habrá maneras de llegar al contenido, pero los gobiernos pueden poner muchísimas barreras legislativas y técnicas para hacer que consumir porno en Internet sea casi imposible para un niño.
Sinceramente, no sé a qué esperan.
Un cómic para el cambio
En Francia el cómic es cosa seria, así que no es de extrañar que la magnífica obra “El mundo sin fin”, del divulgador científico Jean-Marc Jancovici (inventor de la huella de carbono, entre otras muchas cosas, y una auténtica autoridad del Cambio Climático) y el ilustrador Christophe Blain, se haya convertido por allí en un auténtico fenómeno editorial.
Resulta impresionante la claridad con la que este cómic (sin eufemismos ni novelas gráficas) ayuda a entender cómo el debate de la energía (ergo el de la ecología) está viciado de base.
Las conclusiones de la obra, que repasa el análisis vital de Jancovici sobre energía y cambio climático de forma brillante, son claras. Lo fundamental es comprender que la sociedad de consumo actual resulta totalmente inviable (aunque parece que muy pocas personas estén verdaderamente dispuestas a bajar cuatro o cinco marchas, como se suele decir).
Y resulta inviable casi independientemente de que alcancemos nuevas formas de energía más limpias o no.
Todos queremos seguir estrenando trapitos y viajando a Cancún y protestando cuando nos piden que tengamos el aire a 27 grados. “Paparruchas”, casi se nos oye decir.
Mientras tanto, utilizamos la energía verde, el plástico reciclado y el resto, como herramientas para lavar nuestras conciencias.
Pero la pregunta pertinente es si podemos mantener nuestro modelo social, nuestra forma de consumir durante mucho más tiempo. Y la respuesta -que no parece tan obvia- es que no.
Independientemente de que podamos conseguir fuentes de energía más limpias, ninguna energía resulta limpia del todo (ni tampoco gratuita del todo), y en este sentido la clarividencia de los autores es reveladora.
Además, excepto la madera, ninguna fuente de energía ha disminuido en su consumo desde la Revolución Industrial: ni el carbón, ni el gas, ni el petróleo, ni la energía nuclear… ninguna.
Todas se han ido añadiendo, incorporando, al mix energético, para cubrir la demanda… pero hay que insistir en que en ninguna de ellas (excepto la madera) el consumo ha ido hacia abajo.
Incluso el consumo de carbón (que es la fuente de energía más contaminante con diferencia) sigue creciendo año tras año.
Este hecho, que está íntimamente ligado a nuestros hábitos y a nuestra forma (voraz) de consumir y acumular, rara vez se pone de manifiesto. La incorporación de nuevas fuentes de energía limpias por sí misma no servirá para evitar el desastre si no estamos dispuestos a cambiar del todo.
Lo de ahora resulta como aquel que reconocía ante el médico que bebía un litro de whisky al día para, un mes después, decirle al mismo médico que había mejorado: “ahora bebo litro y medio de whisky al día, ¡pero lo domingos me tomo un zumo de naranja!”
La Generación Z y el dilema de las redes
Con respecto a la Generación Z y las posteriores, los Millennials hemos tenido una ventaja: hemos conocido bien el mundo anterior a la llegada de Internet y las redes sociales. Se mire por donde se mire, no es una ventaja precisamente pequeña pero aún así, nos ha costado (y aún nos cuesta) aprender a relacionarnos con el medio digital. Especialmente con las redes sociales.
En el potentísimo ensayo de “La Era del Capitalismo de la Vigilancia” (que dio origen al documental de Netflix “El Dilema de las Redes”), su autora, Shoshana Zuboff, explica muy detalladamente cómo operan las grandes corporaciones de esta nueva forma de capitalismo: Google, Facebook (ahora Meta), Amazon y Apple. Cuando publicó este libro TikTok, el nuevo y quinto gran player del Capitalismo de la Vigilancia, aún ni existía.
Lo que Zuboff cuenta en el ensayo es, muy básicamente, cómo estas grandes empresas utilizan nuestro excedente conductual para crear perfiles de usuarios (primero) a los que poder venderles cosas (después).
Cabría preguntarse qué es exactamente eso de “excendente conductual” porque ahí está el quid de la cuestión.
En principio, empezó siendo el rastro (por así decirlo) que vamos dejando en Internet, desde un “Me gusta” en Facebook hasta una búsqueda determinada en Google. De hecho, fue Google el primero en entender que detrás de aquellas migas de pan se escondía una verdadera mina de oro. El buscador, incapaz de monetizar y con graves problemas financieros por entonces, renunció a todos sus elevados principios para abrazar una nueva forma de mercado en la que lo único importante ha acabado siendo la retención de los usuarios.
Obviamente lo que hacemos en Internet dice cosas muy claras de nosotros. Hay quien dice que el algoritmo nos conoce mejor que nuestras familias y amigos más cercanos. El caso es que este rastro digital ha ido alcanzando cotas inéditas a medida que los grandes gigantes de Internet, especialmente Google, nos ofrecían (y nos ofrecen) nuevos servicios. Con Google Maps, por poner un ejemplo paradigmático, el excedente conductual (nuestros “datos”, como solemos llamarlo al fin y al cabo) trasciende lo meramente digital para ofrecer información sobre lo que hacemos en el mundo físico, en el “mundo real”.
En qué restaurante has comido. Dónde has repostado. Cuánto tiempo has estado parado frente al escaparate de Zara. A qué hora te acuestas. A qué hora te levantas. “Alexa, ponme Arcade Fire”.
En este contexto, cuanto mayor es el excedente conductual más claros son los perfiles de usuarios y mayores son los beneficios para estas compañías (poco amigas, además, de las leyes gubernamentales y de los impuestos). Esto se traduce en que cuanto más tiempo son capaces de retener a los usuarios mayores son sus ingresos.
Por supuesto, la ética entra en escena en todo este embrollo desde el minuto uno.
Google, que nació como la quintaesencia del acceso al conocimiento y custodio de la moralidad, ha acabado por convertirse en justamente lo contrario. En un momento dado decidieron coger el dinero y correr.
Lo cierto es que, gracias a la estrategia de comunicación y al poder aplastante de estos grandes gigantes tecnológicos, nos hemos casi olvidado de las preguntas éticas implícitas en la costumbre de estas grandes compañías de mercadear con nuestros datos, aunque eso no es lo que más me interesa.
Para conseguir captar y mantener la atención de la audiencia —y seguir generando el mayor número de excedente conductual posible—, las grandes corporaciones (con especial énfasis en Google, Meta y Tiktok) están dispuestas a hacer lo que sea: desde sugerir vídeos y más vídeos a los niños en Youtube Kids (educándoles desde bien pequeñitos en la dispersión de la atención, en el consumo compulsivo de contenido random y en la satisfacción inmediata) hasta difundir noticias falsas sin pudor en todos aquellos perfiles que mejor las consumen.
Las consecuencias son terribles y se resumen en un mundo peor: desde el genocidio de Birmania hasta el auge de Donald Trump, pasando por una generación de niños y adolescentes que está creciendo con “más ansiedad y menor autoestima“, y en la que han aumentando los sentimientos de “depresión, ansiedad, mala imagen corporal y soledad” (fuente: Child Mind Institute.)
También los suicidios.
Tremendo.
En este contexto, la Generación Z no tiene ninguna herramienta para defenderse: les hemos puesto el smartphone en la mano y les hemos deseado suerte.
Los conclusiones son demoledoras, y en todas aparece el dilema (que no es tal) de las redes de fondo.
Las estrategias de los algoritmos de Tiktok, Youtube o Instagram son demenciales. Están programados por auténticos sociópatas. Personas cuyo único interés es la cuenta de resultados de la macro-corporación.
La principal preocupación de estas compañías es fomentar que los usuarios pasen el mayor tiempo posible en sus redes (nunca mejor dicho) y si para ello tienen que mostrar vídeos de conductas tóxicas durante horas y horas a jóvenes en edad de explorar y divertirse, no dudan en hacerlo.
Como decía Lucas García, el genio loco de Socialmood, “si TikTok es la red número uno entre los adolescentes es que no hemos aprendido nada.”
Cuando lo único que interesa es la retención de los usuarios, como es claramente el caso, resulta mucho más fácil radicalizar los perfiles de los usuarios que buscar la moderación o el detalle. Es algo obvio.
También a la hora de crear un perfil es mucho más sencillo cargarse todos los matices, aunque el daño resulte irreparable.
Es algo desesperante, si te paras a pensarlo.
No recuerdo que escritor dijo que “ningún niño obligado a ser hombre es culpable”. Los smartphone, Internet y las redes no deberían estar tan ligeramente al alcance de los niños, pero han nacido ¡y les hemos puesto un smartphone en la mano!
Para la Generación Z y las siguientes la barrera entre lo digital y lo real resultará cada día más confusa. Las grandes tecnológicas así lo han querido (caiga quien caiga) y nosotros, como sociedad y a título individual, lo estamos permitiendo.
Esa es mi percepción: que estamos fallando como sociedad de forma dramática e irreparable. Y los más perjudicados son, como casi siempre, los que menos oportunidades tienen.
En este sentido, el algoritmo también fomenta que los hijos de los más desfavorecidos, los hijos de las rentas más bajas, mantengan su estatus. ¿Y por qué? Porque es mucho más factible que un padre con un nivel educativo alto interfiera en este aspecto (que no está legislado, sobre el que casi no existe debate social, sobre el que hay una normalización alarmante) que un padre con un nivel educativo menor. Ya se sabe que los gurús de Silicon Valley crían a sus hijos sin pantallas.
No intentar legislar de forma urgente y clara en este sentido, no incluir el “dilema” de las redes en el debate social y seguir dejándolo pasar sin tomar acción es una irresponsabilidad. Ojalá despeguemos los ojos del móvil y empecemos a pensar en lo importante.