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¿De verdad resulta tan difícil controlar el acceso de menores al porno en Internet? La mayoría de las referencias que encuentro en prensa sobre este tema utilizan expresiones como “tratar de ponerle puertas al campo” o “intentar domar al viento” pero ¿es realmente así? ¿Resulta tan complicado?

En la actualidad, cualquiera -independientemente de su edad- puede entrar en la página porno que quiera clicando “sí” a la pregunta de si es mayor de edad. Resulta como poder conducir sin tener que demostrar que tienes carné, sólo diciendo que lo tienes.

Ese aviso de entrada y un clic es todo lo que necesitan hacer las webs de pornografía (me niego a usar el eufemismo “para adultos”) para poder mostrar todo su contenido, en muchos casos tremendamente explícito, aberrante y violento. 

Desde luego, si lo que se pretende es evitar que un menor de edad pueda acceder al porno este aviso parece muy poca cosa; una barrera más imaginaria que real. Resulta lo mismo que no hacer nada, pero eso es exactamente lo que marca la ley. Ni más ni menos.

En España, el único partido que hizo referencia al tema del acceso de menores a pornografía en la red en su programa electoral fue el PSOE, pero el hecho objetivo es que la propuesta del programa no ha pasado de ahí: se ha quedado en otra clásica promesa electoral (bastante abstracta, en realidad) no cumplida. 

En el resto de Europa sucede entre lo mismo y parecido que en España. Mal de mucho, consuelo de tontos.

No ha sido una legislatura fácil, condicionada por la pandemia, primero, y por la guerra de Ucrania, después, pero lo que está pasando con los niños y adolescentes es extremadamente grave y tanto el gobierno de España como la Unión Europea deberían actuar (es decir, legislar) con urgencia. No se me ocurren muchos asuntos mayores en importancia.

Algunas de las trabas principales para legislar tienen que ver con la Ley de protección de datos, una ley deficiente en muchos aspectos y también en este. 

El consumo de porno para niños y adolescentes es peligrosísimo para su salud mental y su conducta, una auténtica amenaza ante la que todo lo que tienen (tenemos) los padres a mano para poder defenderse son: 1) la educación (que en la lucha desigual contra las hormonas y la curiosidad de los niños y adolescentes tampoco puede hacer milagros) y 2) los programas de control parental, que van vinculados a redes y/o dispositivos concretos y que, además, tienen importantes brechas de seguridad.

Las instituciones están dejando a niños, adolescentes y padres solos ante los peligros de la digitalización y, por mucho que quieran hacernos creer que la tarea de controlar estos desmanes es hercúlea, lo cierto es que lo que único que hace falta, como casi siempre, es voluntad. 

Como decía, este tema sólo ha aparecido en un programa electoral (de forma bastante general además, como suele ocurrir en estos casos, más como una declaración de intenciones que como una hoja de ruta clara) y las principales trabas para legislar tienen que ver con la protección de datos.

La Ley de protección de datos (que por cierto no cumple con su función ni de lejos, aunque ese es otro tema) hace difícil -por no decir imposible- exigir la verificación personal de perfiles por parte de este tipo de páginas web y otras. En Europa, a excepción del Reino Unido, que está intentando hacer prosperar una reforma de ley para abordar el tema, la parálisis de los gobiernos es total. 

¿Por qué?

Seguramente porque el debate social (ergo, los votos) está en otro lado (al fin y al cabo, nadie piensa que su hijo esté consumiendo porno duro a diario. Tendemos a pensar —muy humano esto—, que esos dramas solo les suceden a otros. Como Laplace, no contemplamos esa hipótesis).

Empieza a haber ahora cierta agitación social, cuando se han disparado las agresiones sexuales entre niños y adolescentes… pero seguimos sin estar a la altura de las circunstancias enredados en debates y polémicas de pueblo, con perdón, y engañados por el mito de que en Internet nada se puede regular (aunque claro que se puede). 

Los gobiernos necesitan recuperar la soberanía digital, por así decirlo, y no seguir cediéndosela a los Meta, Google, Amazon, Tiktok… ni a las contadas empresas (pueden contarse con los dedos de las manos) que dominan el 99% del tráfico porno en la red.

Ademas los ciudadanos, especialmente los de mi generación, tenemos que presionar para que así sea.  Para las generaciones mayores, la digitalización está llena de enigmas y de mitos que han prosperado (como el de que en Internet todo vale o nada tiene remedio), para las generaciones más jóvenes Internet es parte de la vida, no hay distinción. Los que tenemos que presionar para que Internet sea un sitio sano somos los que ahora tenemos entre unos 30 y 60 años, ¿quiénes si no?

En general, la brecha entre lo que pueden hacer los canales y medios tradicionales (televisión, prensa…) y lo que pueden hacer los medios en internet es gigantesca. Por ejemplo, en televisión los partidos políticos indican los espacios de campaña como propaganda electoral por ley mientras en Internet todo vale. Pasa lo mismo con la pornografía, es imposible mostrar porno, incluso el más blando, en televisión y, sin embargo, cualquier niño con acceso a Internet puede encontrar porno duro -literalmente- en tres clics. ¿Tiene esto algún sentido? ¿Es realmente imposible conseguir cambiar esta realidad? 

Insisto, no lo es. Es una cuestión de voluntad política y dotación de medios. Evidentemente siempre habrá maneras de llegar al contenido, pero los gobiernos pueden poner muchísimas barreras legislativas y técnicas para hacer que consumir porno en Internet sea casi imposible para un niño.

Sinceramente, no sé a qué esperan. 

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