Relato publicado el 29 de diciembre de 2018 en La Escena, para la serie “El futuro ya está aquí“.
“En este mundo solo hay dos cosas que podemos dar por seguras: la muerte y los impuestos.”
Benjamin Franklin
Bienvenidos al futuro. Estamos en una cálida mañana de invierno de 2064 y Tim Dom -el único personaje ficticio que encontrarán en este relato- no está en absoluto contento. En realidad, está muy cabreado. Hace menos de un año, durante uno de sus habituales controles médicos de prevención, un robot de aspecto humanoide le diagnosticó un cáncer de colon que calificó como <<incurable>>.
<<¿Qué quiere decir con incurable, Doctor?>>, preguntó Tim incrédulo.
<<Que es terminal, señor Dom.>> Respondió el androide con su voz aterciopelada.
Al principio, Tim pensó que encontraría la manera de superarlo. A lo largo de toda su vida siempre se había salido con la suya. Sin embargo, ocho meses después, Tim Dom acababa de entender que esta vez no existía ninguna manera, que iba a morirse, y punto.
Entonces Tim Dom recordó a Ray Kurzweil de nuevo, y volvió a sentir como si un enorme cuchillo le estuviese atravesado las costillas.
Pero la parte de esta historia que nos interesa empieza en el año 2018, cuando Tim Dom era un joven brillante que acababa de doctorarse con honores en una de esas universidades anglosajonas que parecen castillos (porque en realidad lo son) y que salen siempre en las películas. Sus jardines lucen impecables y sus alumnos se mueven de un lado para otro con la seguridad y la gracia de los verdaderos elegidos.
Decir que Tim Dom era un joven excepcional es quedarse muy cortos. Cuando acabó su segundo doctorado -de nuevo con el mejor expediente de su promoción- fundó su propia compañía: una de esas start ups tan habituales por entonces, que, como ya habrán imaginado, resultó un auténtico éxito.
Tim Dom había conseguido desarrollar una herramienta extremadamente precisa que ayudaba a la industria a interpretar de manera muy eficaz datos relativos al consumo (aunque todo aquello ya no le interesara en absoluto). Como podrán imaginar, después de doctorarse por segunda vez como número uno y con un inicio tan prometedor en el mundo de los negocios, Tim tuvo innumerables ofertas de empleo. Sin embargo, rechazó cada una de ellas y no paró hasta conseguir fichar por una sub-compañía del buscador americano Google (en 2018, la mayoría de las personas aún se referían a Google como un buscador).
Había ofertas mejores para Tim Dom -incluso mucho mejores-, pero Tim quiso unirse a Google por un motivo muy concreto: allí trabajaría directamente en el proyecto Calico, junto a Ray Kurzweil.
En 2018, trabajar junto a Ray era lo único que verdaderamente podía despertar el interés de una mente tan extraordinaria como la de Tim Dom.
Casi veinte años atrás, en 1999, Ray Kurzweil – por entonces, un joven inventor estadounidense – había ganado la medalla nacional de Innovación y Tecnología, y doce años después, en 2011, había fichado por Google como Director de Ingeniería. Era uno de los grandes genios de su tiempo y a los pocos meses de entrar en Google ya había fundado una pequeña división interna llamada Calico (la misma a la que se incorporaría Tim) con un único objetivo: resolver el problema de la muerte.
Literalmente: “to solve death”.
Sí. Por increíble que parezca, “resolver la muerte” era la principal motivación de Ray Kurzweil por entonces, y continuaría siéndolo durante el resto de sus días. En realidad, para muchas personas, la muerte se había convertido, desde principios de siglo (puede que incluso desde antes), en un problema mucho más técnico que filosófico, y Kurzweil -con un coeficiente intelectual similar al de Einstein- se había marcado incluso un plazo (un deadline, paradójicamente) para conseguirlo: el problema de la muerte estaría resuelto antes del año 2050.
Ray Kurzweil no era ni mucho menos el único genio que por entonces formulaba este tipo de teorías pero sí era uno de los más activos en la búsqueda de verdaderas respuestas y soluciones. Además de poner en marcha el proyecto Calico, Google había incorporado en 2009 a Bill Harris para dirigir la división de Google Ventures. Como Kurzweil, Harris era un firme creyente de la inminente llegada de un nuevo paradigma para la raza humana: el de la vida sin fin. Harris pensaba vivir, <<como mínimo, 500 años>>, aunque no lo consiguió.
En realidad, Kurzweil desarrolló un plan maestro, auspiciado por las grandes empresas de Silicon Valley y por personas como Harris, para conseguir ir ganándole terreno a la muerte. Cuando Tim Dom entró a formar parte de Calico, Kurzweil le explicó que más que buscar la inmortalidad, el primer objetivo de la compañía era evitar la muerte por vejez o enfermedad. “Comprar tiempo” de cara a la inminente llegada de la Singularidad: un nuevo paradigma que redefiniría los límites de los mundos biológicos y no-biológicos creando un nuevo orden en el que los humanos (al menos a los extremadamente ricos) alcanzarían la vida eterna.
Por entonces, Kurzweil sabía que a muy corto plazo no podía encontrar soluciones definitivas para acabar con las muertes violentas o accidentales (por ejemplo, una mina que hace saltar un cuerpo humano por los aires) pero estaba convencido de poder avanzar lo suficiente como para alargar la vida de manera indefinida hasta escalar a una solución mayor: una solución que tendría que ver esencialmente con la tecnología (¿convertirnos en una especie de cyborgs? ¿Crear “copias de seguridad” de nuestras mentes? ¿Conectar nuestro córtex cerebral a la nube?…)
Ese momento definitivo, que estaba realmente cerca, sería el que Kurzweil definía como el de la Singularidad.
Las ideas de Ray Kurzweil eran visionarias y su figura la de un verdadero genio. Pensar en un loco subido a un banco con un eslogan apocalíptico garabateado en un cartón que se pasa el día gritándole a la muchedumbre consignas futuristas es exactamente lo opuesto a lo que representaba Ray. Vale, consumía más de cien píldoras al día para mantenerse joven, renovaba su sangre habitualmente y hacía ese tipo de cosas, pero si Tim Dom empezó a actuar como Ray al entrar en Google era porque estaba convencido de estar participando en el momento cumbre de la historia de la humanidad.
Y Ray era el hombre clave en todo aquello.
Sin duda, en el Silicon Valley de principios de siglo XXI, un montón de personas pensaban de la misma manera que Ray y una cantidad asombrosa de recursos se destinaban al propósito de la inmortalidad (quiero decir, de la Singularidad) promovido por Kurzweil. Miles de millones de dólares se invertían cada año desde la meca de la tecnología californiana buscando una solución para lo único que, según la sabiduría popular, no la tiene.
Ray Kurzweil había creado incluso la Universidad de la Singularidad con el apoyo de medio Silicon Valley y también con el de la NASA, para generar un nuevo marco de conocimiento superior para lograr alcanzar la la vida eterna.
La única Gran Verdad estaba siendo desafiada (y estaba contra las cuerdas), y por supuesto, un hombre como Tim Dom tenía que formar parte de aquello. Pisar Marte era una broma comparado con lo que estaban haciendo allí. Seguramente por eso, a Tim ya no le interesaba verdaderamente nada más. En un par de meses junto a Ray, Tim se había convencido de que la muerte por enfermedad no entraba ya dentro de sus posibilidades. Por eso, se volvió cuidadoso hasta lo enfermizo. Como Ray, Tim estaba permanentemente monotorizado, sometido a una dieta estricta y no hacía nada ni remotamente arriesgado. Por supuesto, las autotransfusiones, los reconocimientos médicos y todo tipo de tratamientos antiedad formaban parte de su rutina diaria.
En realidad, la fascinación de Tim hacía la Singularidad surgió en el último curso de Universidad, mientras ultimaba la start up que antes de acabar de nacer ya había dejado de interesarle. Casi por casualidad, Tim había conocido a Aubrey De Grey en Cambridge.
De Grey era una especie de científico loco que trabajaba esencialmente en la reparación de los tejidos orgánicos y Tim sintió rápidamente un profundo interés por el tema.
De Grey era autor de la obra La teoría del envejecimiento de los radicales libres mitocondriales y había estudiado en los mismos pasillos que Tim. Aubrey De Grey llamó poderosamente la atención de Tim por sus obras e investigaciones pero, para ser sinceros, había en él algo más. Cuando Tim conoció a De Grey en la Universidad, el doctor tenía unos 55 años pero sólo aparentaba treinta, puede que incluso menos.
Era una persona excéntrica, con el pelo y la barba exageradamente largos y una mirada un tanto neurótica, pero su discurso resultaba de lo más coherente y parecía la prueba viviente de que sus propias teorías resultaban posibles. Los estudios sobre el tejido humano de De Grey habían identificado los siete tipos de daños distintos causados por el envejecimiento que deberían ser reparados médicamente para alcanzar una esperanza de vida indefinida.
De Grey habló con Tim Dom sobre esa “esperanza de vida indefinida” y la definió como muy real y también como muy cercana. Además, identificó a Kurzweil como el gran referente mundial.
<<Si alguien puede ayudarnos a conseguirlo>> dijo, <<es él.>>
Tim empezó a frecuentar cada vez la sala de investigación del doctor De Grey y acabaron conectando de un modo cada vez más evidente; Tim empezó a estudiar la gerontología a fondo y rápidamente destacó también en aquella materia. Cuanta más información recibía, más fascinado se sentía. La pregunta de si verdaderamente era posible vivir para siempre, empezó a perseguirlo. Pronto, acabó dando por sentado que la respuesta era que sí, que el ser humano conseguiría alcanzar la inmortalidad. En realidad, concluyó, la verdadera pregunta no era tanto si se podría vivir eternamente o no, era más bien si él mismo conseguiría llegar vivo al momento de la Singularidad.
Sin conocerlo personalmente, Tim Dom ya empezaba a pensar en los mismos términos que Ray Kurzweil.
El contacto con De Grey fue el germen de la fascinación de Tim por las ideas de Ray Kurzweil. El propio De Grey mantenía un estrecho vínculo con Kurzweil y acabaría formando parte de la Universidad de la Singularidad. Kurzweil era el genio que, con solo 17 años, en la década de los sesenta, construyó la primera computadora capaz de componer música. El ingeniero e inventor que diseñó el primer software capaz de hacer leer a una máquina en voz alta y también el científico que creyó ser capaz de resolver el problema de la muerte. De Grey era el doctor capaz de darle un enfoque orgánico a las ideas de Ray, más interesado en alcanzar la inmortalidad por la vía tecnológica. De Grey era, por así decirlo, la alternativa humana, la esperanza de no lograr alcanzar solo la inmortalidad sino también la juventud eterna.
En medio de ambos, se encontraba el joven y brillante Tim Dom, dispuesto a no morirse nunca.
Pero ahora ya sabe que se equivocaba.
Bienvenidos -de nuevo- al futuro. Estamos en una cálida mañana de invierno de 2064 y Tim Dom está muy cabreado: tiene un cáncer terminal y acaba de asumir que va a morirse. Lo hará solo, en una casa que parece un jodido búnker (de hecho tiene uno subterráneo) y después de haber pasado los últimos 45 años con miedo a cruzar la calle.
Tim piensa en su viejo amigo Ray Kurzweil, y no puede sentir más que ira.
Respira hondo Tim.
La vida eterna tampoco es para tanto.