Yep. Ni los que trabajamos en esto acabamos de aclararnos. Algunos no lo reconocerán, empeñados en actuar como si lo supieran todo (puedes identificarlos porque publican manuales con títulos como Cómo conseguir aumentar tus conversiones en tres simples pasos o Aprende a hacer copywritting). Sin embargo, en el ya-nada-nuevo marco deInternet, se generan tantos escenarios posibles en materia de derechos de autor y privacidad que cuesta incluso identificarlos.
Subir un vídeo a Instagram Stories con la canción de fondo que quieras es tan sencillo como hacer clic.
En realidad, los derechos de autor son una materia de por sí bastante compleja (si crees que no son para tanto, te recomiendo la lectura de Criminales del Copyright, un ensayo fantástico sobre el tema publicado en castellano por la editorial asturiana Hoja de Lata), pero con Internet, primero, y con las redes sociales, después, el tema del copyright ha alcanzado cotas inimaginables de complejidad. Internet es un marco global y aunque cada país tiene sus propias leyes, salvo en contadas excepciones, la red es la misma para todos.
Los derechos de autor se vulneran permanentemente en Internet, aunque las plataformas de pago para acceder a contenido audiovisual hayan alejado el foco mediático del asunto. Desde la irrupción de Spotify y las grandes plataformas de contenido en vídeo (HBO, Netflix…) se habla muchísimo menos de los derechos de autor en Internet, aunque continúen siendo vulnerados permanentemente.
La polémica con los creadores musicales fue la primera y también la más evidente. Después llegaron el resto: fotógrafos, cineastas, escritores (de los que rara vez se habla), todo tipo de creadores han sufrido (y sufren) la piratería en la red de un modo salvaje. Sin embargo, no todo han sido malas noticias y se da la paradoja de que Internet ha generado un montón de puestos de trabajo nuevos que están vinculados a la generación de contenidos, que no son otra cosa que “creaciones”.
Las nuevas generaciones no han desarrollado un concepto de privacidad como el de los nacidos en la era pre-Internet
Con respecto a la privacidad la cosa resulta aún más compleja. Por ejemplo, la característica sencillez de Instagram, algo a lo que sus directivos no parecen estar dispuestos a renunciar, estrecha muchísimo las posibilidades para que el usuario pueda defender su privacidad en los momentos en que así lo desea. Recientemente esta red social ha incluido una nueva funcionalidad que ha pasado un poco desapercibida (sobre todo después del bombazo de Instagram TV) pero que, dadas las características tan poco configurables de la plataforma en materia de privacidad genera situaciones un tanto extrañas. En materia de privacidad, Instagram funciona como un interruptor. A diferencia de Facebook, donde puedes manejar el nivel de privacidad de cada publicación con mucho detalle, en Instagram solo puedes elegir entre tener un perfil público o privado, como en esas películas de casinos en las que la gente aparece apostando a todo o nada. En este sentido, la nueva funcionalidad de Instagram que permite añadir fotos de terceros a tu propia historia cuando te han etiquetado, es como mínimo controvertida (especialmente si pensamos en las marcas, más que en las personas).
La argumentación de que estar en las redes sociales implica asumir una pérdida de privacidad ya no se sostiene. Estar en las redes sociales para la mayoría ya no es ninguna opción. En el ámbito laboral puede resultar difícil responder incluso a ciertas preguntas. ¿Por qué no tienes LinkedIn?, sería una de ellas.
Muchos creadores no valoran en su justa medida los derechos sobre su propio trabajo
Seguro que los responsables de las principales redes sociales le han dado (y le están dando) muchas vueltas al tema, pero lo cierto es que la privacidad cada vez nos importa menos. En términos matemáticos, el concepto de privacidad tiende a cero. Sencillamente está desapareciendo. Las nuevas generaciones no han interiorizado este concepto o, por lo menos, no lo han hecho del mismo modo que los nacidos en la era pre-Internet. En un mundo como el actual ¿cómo podrían hacerlo?
Esta nueva manera de relacionarnos con nuestra propia intimidad afecta, como es normal, a todos los ámbitos de nuestra vida y, por supuesto, también al de los derechos de autor. Se da la perversa circunstancia de que muchos creadores nacidos en la nueva era de Internet no valoran en su justa medida (e incluso no valoran en absoluto) los derechos que tienen sobre su propio trabajo. En este contexto resulta difícil hacerles entender el valor del trabajo de los demás.
Las barreras resultan especialmente difusas en un escenario en el que, por poner otro ejemplo, cada minuto se suben más de 300 horas de vídeo a YouTube. La responsabilidad sobre las vulneraciones en materia de derechos de autor y privacidad de las grandes plataformas es evidente, aunque a los usuarios finales no parezca importarnos demasiado. Resulta difícil de entender que sea casi imposible encontrar un pezón femenino en Facebook y sin embargo, los responsables de esa red social sean incapaces de defender el concepto de copyright.
El hecho objetivo es que plataformas como Instagram y YouTube funcionan mejor gracias a una inmediatez y a una flexibilidad que se consiguen pasando por alto las cosas que no les interesan demasiado. Por ejemplo, subir un vídeo a Instagram Stories con la canción de fondo que quieras es tan sencillo como hacer clic. Seas un usuario o una marca. Saques rendimiento económico o no. Puede que el mundo esté cambiando a cada minuto y puede que en el nuevo paradigma estas cosas parezcan no importar. Pero en realidad sí que importan. Sencillamente son inaceptables.
(Artículo publicado originalmente en junio de 2018 en LinkedIn)