La Generación Z y el dilema de las redes

Con respecto a la Generación Z y las posteriores, los Millennials hemos tenido una ventaja: hemos conocido bien el mundo anterior a la llegada de Internet y las redes sociales. Se mire por donde se mire, no es una ventaja precisamente pequeña pero aún así, nos ha costado (y aún nos cuesta) aprender a relacionarnos con el medio digital. Especialmente con las redes sociales.

En el potentísimo ensayo de “La Era del Capitalismo de la Vigilancia” (que dio origen al documental de Netflix “El Dilema de las Redes”), su autora, Shoshana Zuboff, explica muy detalladamente cómo operan las grandes corporaciones de esta nueva forma de capitalismo: Google, Facebook (ahora Meta), Amazon y Apple. Cuando publicó este libro TikTok, el nuevo y quinto gran player del Capitalismo de la Vigilancia, aún ni existía.

Lo que Zuboff cuenta en el ensayo es, muy básicamente, cómo estas grandes empresas utilizan nuestro excedente conductual para crear perfiles de usuarios (primero) a los que poder venderles cosas (después).

Cabría preguntarse qué es exactamente eso de “excendente conductual” porque ahí está el quid de la cuestión.

En principio, empezó siendo el rastro (por así decirlo) que vamos dejando en Internet, desde un “Me gusta” en Facebook hasta una búsqueda determinada en Google. De hecho, fue Google el primero en entender que detrás de aquellas migas de pan se escondía una verdadera mina de oro. El buscador, incapaz de monetizar y con graves problemas financieros por entonces, renunció a todos sus elevados principios para abrazar una nueva forma de mercado en la que lo único importante ha acabado siendo la retención de los usuarios.

Obviamente lo que hacemos en Internet dice cosas muy claras de nosotros. Hay quien dice que el algoritmo nos conoce mejor que nuestras familias y amigos más cercanos. El caso es que este rastro digital ha ido alcanzando cotas inéditas a medida que los grandes gigantes de Internet, especialmente Google, nos ofrecían (y nos ofrecen) nuevos servicios. Con Google Maps, por poner un ejemplo paradigmático, el excedente conductual (nuestros “datos”, como solemos llamarlo al fin y al cabo) trasciende lo meramente digital para ofrecer información sobre lo que hacemos en el mundo físico, en el “mundo real”.

En qué restaurante has comido. Dónde has repostado. Cuánto tiempo has estado parado frente al escaparate de Zara. A qué hora te acuestas. A qué hora te levantas. “Alexa, ponme Arcade Fire”.

En este contexto, cuanto mayor es el excedente conductual más claros son los perfiles de usuarios y mayores son los beneficios para estas compañías (poco amigas, además, de las leyes gubernamentales y de los impuestos). Esto se traduce en que cuanto más tiempo son capaces de retener a los usuarios mayores son sus ingresos.

Por supuesto, la ética entra en escena en todo este embrollo desde el minuto uno.

Google, que nació como la quintaesencia del acceso al conocimiento y custodio de la moralidad, ha acabado por convertirse en justamente lo contrario. En un momento dado decidieron coger el dinero y correr.

Lo cierto es que, gracias a la estrategia de comunicación y al poder aplastante de estos grandes gigantes tecnológicos, nos hemos casi olvidado de las preguntas éticas implícitas en la costumbre de estas grandes compañías de mercadear con nuestros datos, aunque eso no es lo que más me interesa.

Para conseguir captar y mantener la atención de la audiencia —y seguir generando el mayor número de excedente conductual posible—, las grandes corporaciones (con especial énfasis en Google, Meta y Tiktok) están dispuestas a hacer lo que sea: desde sugerir vídeos y más vídeos a los niños en Youtube Kids (educándoles desde bien pequeñitos en la dispersión de la atención, en el consumo compulsivo de contenido random y en la satisfacción inmediata) hasta difundir noticias falsas sin pudor en todos aquellos perfiles que mejor las consumen.

Las consecuencias son terribles y se resumen en un mundo peor: desde el genocidio de Birmania hasta el auge de Donald Trump, pasando por una generación de niños y adolescentes que está creciendo con “más ansiedad y menor autoestima“, y en la que han aumentando los sentimientos de “depresión, ansiedad, mala imagen corporal y soledad” (fuente: Child Mind Institute.)

También los suicidios.

Tremendo.

En este contexto, la Generación Z no tiene ninguna herramienta para defenderse: les hemos puesto el smartphone en la mano y les hemos deseado suerte.

Los conclusiones son demoledoras, y en todas aparece el dilema (que no es tal) de las redes de fondo.

Las estrategias de los algoritmos de Tiktok, Youtube o Instagram son demenciales. Están programados por auténticos sociópatas. Personas cuyo único interés es la cuenta de resultados de la macro-corporación.

La principal preocupación de estas compañías es fomentar que los usuarios pasen el mayor tiempo posible en sus redes (nunca mejor dicho) y si para ello tienen que mostrar vídeos de conductas tóxicas durante horas y horas a jóvenes en edad de explorar y divertirse, no dudan en hacerlo.

Como decía Lucas García, el genio loco de Socialmood, “si TikTok es la red número uno entre los adolescentes es que no hemos aprendido nada.

Cuando lo único que interesa es la retención de los usuarios, como es claramente el caso, resulta mucho más fácil radicalizar los perfiles de los usuarios que buscar la moderación o el detalle. Es algo obvio.

También a la hora de crear un perfil es mucho más sencillo cargarse todos los matices, aunque el daño resulte irreparable.

Es algo desesperante, si te paras a pensarlo.

No recuerdo que escritor dijo que “ningún niño obligado a ser hombre es culpable”. Los smartphone, Internet y las redes no deberían estar tan ligeramente al alcance de los niños, pero han nacido ¡y les hemos puesto un smartphone en la mano!

Para la Generación Z y las siguientes la barrera entre lo digital y lo real resultará cada día más confusa. Las grandes tecnológicas así lo han querido (caiga quien caiga) y nosotros, como sociedad y a título individual, lo estamos permitiendo.

Esa es mi percepción: que estamos fallando como sociedad de forma dramática e irreparable. Y los más perjudicados son, como casi siempre, los que menos oportunidades tienen.

En este sentido, el algoritmo también fomenta que los hijos de los más desfavorecidos, los hijos de las rentas más bajas, mantengan su estatus. ¿Y por qué? Porque es mucho más factible que un padre con un nivel educativo alto interfiera en este aspecto (que no está legislado, sobre el que casi no existe debate social, sobre el que hay una normalización alarmante) que un padre con un nivel educativo menor. Ya se sabe que los gurús de Silicon Valley crían a sus hijos sin pantallas.

No intentar legislar de forma urgente y clara en este sentido, no incluir el “dilema” de las redes en el debate social y seguir dejándolo pasar sin tomar acción es una irresponsabilidad. Ojalá despeguemos los ojos del móvil y empecemos a pensar en lo importante.

Menos suscriptores… son más

Como Mailchimp ha cambiado su interface (ahora resulta bastante más intuitivo y recuerda un poco al administrador de Google Ads, al menos en el menú lateral izquierdo), voy a aprovechar para dejar un par de consejos importantes si trabajas con esta plataforma. El primero es archivar audiencias inactivas. ¿Para que te sirve tener 10.000 suscriptores si muy pocos abren tus emails? Sólo para pagar más y para crearte una mala reputación frente a los servidores de correo.

Para archivar audiencias inactivas tendrás que ir a Audiencias y clicar en “Ver todos los contactos”; después tendrás que crear un nuevo segmento con los contactos inactivos y seleccionar la opción de archivar. Eso sí, mucho cuidado a la hora de crear el segmento.

A la hora de archivar contactos inactivos hay varias opciones pero siempre tienes que tener en cuenta que Mailchimp piensa como una máquina -un poco tonta en este caso- y no como una persona. Para mí este es un error crítico de la plataforma y por eso quiero destacarlo para que no acabes archivando contactos que te serían muy útiles.

Si por ejemplo decides archivar (y digo archivar porque eliminar no lo recomendaría nunca) los contactos que no han abierto ninguna de tus últimas 20 campañas de mailing y segmentas sólo con ese parámetro, Mailchimp archivará todos los contactos que cumplan ese requisito sin tener en cuenta otros aspectos clave. Por eso, para segmentar lo que verdaderamente quieres, tendrás que añadir otra/s condición/es, como en el ejemplo de esta imagen.

¿Cómo archivar contactos inactivos en Mailchimp?

Por increíble que parezca, si acabo de darme de alta como suscriptor en tu plataforma y has elegido sólo la primera opción a la hora de segmentar tus contactos (did not open all of the last 20 campaigns), …¡me estarías archivando!

Evidentemente no he abierto ninguno de tus últimos 20 mailings, ¡acabo de darme de alta! Ni siquiera me han llegado… pero a Mailchimp eso le da igual, va por el libro: no filtra si tú no filtras.

Para evitarlo hay varias opciones, una fácil es incluir siempre fechas de alta de los contactos o buscar el nombre de la campaña número 20 del historial y marcarla en una nueva condición del segmento.

Espero que os sea de utilidad 🙂

Digital de golpe

Del COVID-19 se pueden sacar todo tipo de conclusiones y, por desgracia, no hace falta decirlo, casi todas malas. La tendencia ahora es decir que ya nada volverá a ser como antes pero… ¿qué quiere decir eso exactamente? Suena bien, la verdad, y yo mismo lo he dicho en alguna conversación sin saber muy bien a qué puñetas me refería, como un personaje del Rey desnudo, vaya.

La manera en la que se enlaza la crisis del COVID-19 con el desafío climático y el fin del orden mundial tal y como lo conocemos me resulta forzada. ¿Por qué debería la crisis del Coronavirus dar como resultado el fin del modelo global basado en las energías fósiles y en un consumismo extremo?

Mi percepción real es que todos estamos esperando a que esto pase para seguir haciendo exactamente lo mismo. O casi. En el ámbito del marketing digital, esta pandemia marcará también un antes y un después y lo hará, principalmente, porque las personas se han conectado como nunca. Hemos interactuado como nunca en todo tipo de redes sociales, hemos “trabajado en remoto” como jamás lo habíamos hecho, hemos hecho la compra online (y muchos otros trámites), y hemos visto que la cosa funciona. Que lo digital es cómodo, flexible, rápido, efectivo e incluso, más económico.

El caso del ecommerce es significativo. El comercio online lleva creciendo a dos dígitos (o casi) desde hace diez años en España pero una parte importante de los consumidores y empresarios no acababan de verlo tan claro. Muchos habían preferido seguir desarrollando su negocio de forma más tradicional. Ahora que todos los consumidores han descubierto las ventajas del comercio online las marcas y empresas que llevan tiempo desarrollando su lado digital tienen mucho ganado.

¿Qué ecommerces serán los más beneficiados en este nuevo paradigma? Según un estudio muy relevante de Afterpay sobre el tema, la categoría de productos ecológicos y alimentación serán las más impulsadas durante y después de la crisis. También la del take away.

Esta nueva realidad no es tan nueva, parece más bien una simple aceleración de unas tendencias que ya eran muy claras.

En la otra cara de la moneda, vivimos una crisis sin precedentes en la venta de alojamientos, viajes y todo tipo de servicios online vinculados a eventos y turismo. Algo que tiene mucho más que ver con el contexto de la situación actual (coyuntura) que con un cambio de modelo futuro para este tipo de plataformas. Es decir, si no se venden entradas ni viajes online será porque la gente no viaja ni asiste a conciertos y no porque el online haya perdido confianza.

Si observamos la tendencia de búsquedas en Google de los tres principales CMS enfocados a iniciarse de manera rápida y fácil en el mundo e-commerce (Prestashop, Shopify y Magento) durante los últimos 5 años, vemos que hay un boom claro en el último tramo en el más sencillo de todos ellos desde el punto de vista del uso (que no significa el mejor), Shopify.

Que el futuro es digital nadie lo duda, pero parece ser que el futuro ha llegado de golpe. A la fuerza. Para todos. Este detalle es importante porque acelerará muchísimo un proceso que ya parecía imparable.

A todos nos lo han dicho alguna vez: “Es que no me gusta Instagram”

Los nuevos proyectos son siempre un gran reto y la claridad a la hora de abordarlos es importante. En mi opinión, existe cierta tendencia a valorar los proyectos en función de lo que sabemos hacer mejor (o de lo que más nos gusta hacer) aunque, en realidad, la clave está en olvidarnos de qué es lo que nos gusta y preguntarnos qué necesita de verdad el nuevo proyecto.

Aunque parezca una obviedad, la realidad es que no podemos adaptar los proyectos exclusivamente a nuestros gustos y a nuestro conocimiento (es decir, a nuestra comodidad). Trabajando con clientes son muy habituales comentarios como “es que no me gustan las redes sociales”, o “no quiero anuncios de mi marca en el móvil, porque no me gusta que me envíen anuncios al móvil”, (#truestory). A algunas personas no les interesa el nuevo paradigma digital (y están en su perfecto derecho) pero ¿puede su negocio sobrevivir ajeno a este nuevo escenario? Algunos negocios pueden, no me malinterpreten. A P&G no le interesa demasiado la publicidad digital. No encaja bien en su estrategia. Y pueden tener más o menos razón (de momento mal no les va) pero, obviamente, esta es una decisión premeditada, que responde a un análisis previo (a miles de informes, en realidad). No responde a algo tan vago como “no me gusta”, sino a algo tan concreto como “queremos seguir manteniendo el foco de inversión publicitaria en TV”. ¿Por qué? Supongo que porque les funciona.

Utilizar sólo argumentos basados en experiencias y motivaciones propias, casi cotidianas, como claves a la hora de tomar decisiones empresariales es un poco extraño. Y no digo que las opiniones no importen, porque claro que importan, pero la objetividad importa mucho más.

Algo parecido sucede a la hora de abordar el desempeño. Tendemos a condicionar los proyectos en función de lo que nosotros sabemos hacer. Por ejemplo, si alguien es muy bueno en social media buscará soluciones enfocadas casi exclusivamente al social media independientemente (y esta es la clave) de si son las que verdaderamente se necesitan. Esta actitud está más cerca de responder a la pregunta “¿qué es lo más cómodo para mí?” que de responder a la pregunta clave “¿qué es lo mejor para el proyecto?”, claro.

En un mundo fundamentalmente cambiante y cada vez más omnicanal, las opciones a la hora de abordar cualquier proyecto vinculado al marketing y la publicidad se han multiplicado; aupar las necesidades reales de cada nuevo proyecto a la cima de la estrategia y olvidarse de nuestra, digamos, comodidad, es la mejor alternativa posible. O al menos eso creo.

Mucho “Insight” y pocas nueces

Leo: “El 77% de los consumidores considera la publicidad targetizada ‘molesta'”. Lo leo en uno de esos insights que tanto se llevan y que se lanzan al ciberespacio así, como quien tararea una canción de Sinatra, tu-tu-tururú…

Lo que no me convence nada de este tipo de datos sueltos es que muchas veces sugieren cosas que no son. Dicen “El 77% de los consumidores considera la publicidad targetizada ‘molesta'” y dan a entender que la publicidad programática no funciona. O al menos, que no funciona del todo bien. Verán, el 100% de los consumidores considera la publicidad en televisión molesta. Y es la más cara, ya ven. No conozco a nadie que esté viendo una de esas pelis del gran Bill Murray que repiten siempre en Antena 3 y que celebre la interrupción de los -malditos- anuncios. “Antes era Mister Proper ahora se llama Don Limpio”. Pues qué bien, pero lo que realmente quiero es seguir viendo a Bill despertarse otra vez en el enésimo día de la marmota.

Tampoco conozco a nadie que esté escuchando un discazo en Spotify y sonría cuando en vez de la pista 3 le sueltan un “Hey, soy un anuncio…” La gente paga por Spotify Premium para evitarse ese “Hey…”.

El 77% de los consumidores considera la publicidad targetizada molesta, y la verdad es que eso no significa gran cosa. Puede indicar, más bien, que hay un significativo 23% que no la considera molesta. Que a casi uno de cada cuatro consumidores no le importa que le persigan los anuncios programáticos en el móvil o en el ordenador. Si lo pensamos bien y lo comparamos con los formatos publicitarios tradicionales, este dato resulta más bien extraordinario.

Cómo medir resultados en Redes Sociales

Además de los seguidores que tiene nuestra comunidad, hay dos conceptos clave que necesitamos conocer bien a la hora de medir los resultados de nuestra actividad en las redes sociales: el alcance y la interacción. También es importante que tengamos claro la conveniencia de analizar por separado los resultados en los que hemos invertido en publicidad (paid) de los que se han alcanzado de manera orgánica, sin promoción económica.

Alcance

No hay que confundir el alcance de nuestras publicaciones con las impresiones. La primera métrica (alcance) se refiere al número de usuarios que han visto nuestras publicaciones y la segunda habla del número de veces que se ha mostrado (“imprimido”) una publicación. Por ejemplo, si por algún motivo un usuario ve un mismo post cinco veces, ese post sumará +1 en su alcance y +5 a sus impresiones.

Parece una obviedad decir que cuanto más alcance tengamos en nuestras publicaciones mejor, y así es como norma general aunque también hay excepciones: a veces se viralizan contenidos mal planteados (o que han escapado al control de la marca por el motivo que sea) y que acaban generando un gran alcance con un sentiment negativo que obviamente, se aleja de nuestros intereses. Aunque lo más razonable es pensar que cuanto más alcance mejor, es importante analizar bien las interacciones que han generado nuestras publicaciones para concluir si ese alcance nos ha servido realmente para alcanzar nuestros objetivos.

Interacción

Hay muchos tipos de interacciones y resulta clave definir bien cuál es el objetivo de cada una de nuestras acciones en redes para valorar si estamos acertando o no. ¿Buscamos conversación, conversión, alcance…? Es importante medir bien las interacciones y entrar al detalle de las mismas, podemos tener muchos comentarios o muchas reacciones pero necesitamos saber si su sentiment es positivo, negativo o neutro.

Estos son los tipos de interacciones que siempre intento medir, las vinculadas al engagement:

Reacciones / Me gusta
Comentarios
Compartidos / Retuits

Y otra muy importante, vinculada (en líneas generales) a la conversión: los clics al enlace.

Hay otros clics (foto/vídeo, visitas a perfil, ver más…) que también resultan interesantes, pero el clic al enlace es, obviamente, una de las métricas más importantes porque significa que los usuarios han ido a dónde queríamos que fuesen: que hemos enviado tráfico a dónde queríamos enviarlo, vaya.

Destacar que en su apuesta por el vídeo Facebook ofrece un montón de métricas -al estilo de YouTube- vinculadas a este formato (reproducciones de más de 3 segundos, total de minutos reproducidos, etc…), que también resultan críticas si nuestra estrategia está vinculada a este formato.

Ratio de Engagement & Sentiment

El ratio de engagement es un valor que nos ayuda a extraer conclusiones relevantes sobre qué contenido funciona mejor y qué contenido funciona peor en nuestras redes. Su fórmula sería algo así como:

(Alcance / Interacciones) * 100

Aunque hay muchas teorías sobre qué fórmula es la más adecuada, particularmente me quedo con esta por su simplicidad. En realidad, habría que hablar de ratio de interacción, puesto que el resultado es el % de interacciones de los usuarios alcanzados con nuestro contenido. Como ya comentaba con anterioridad, es importante analizar si las interacciones han sido positivas o no. Existen herramientas muy precisas para communitys (Sprinklr, Falcon…) que ayudan a etiquetar las interacciones y conocer verdaderamente el sentiment de nuestra comunidad.

Vuelvo a recordarlo: a priori es bueno tener un gran ratio de engagement porque al fin y al cabo las redes sociales van de eso: de interactuar, pero que tengas mucha interacción no significa que esta sea necesariamente buena. Por eso, resulta fundamental analizar el sentiment de nuestras publicaciones. Muchas redes de marcas y empresas se han convertido en nuevos soportes de ATC (casi todas, en realidad), y descuidar estos aspectos es como pegarse un tiro en el pie.

¿Cómo conseguir los datos?

Aunque hay aplicaciones que nos ayudan a medir estos valores, lo más riguroso es usar los datos que podamos extraer desde la plataforma nativa. En las estadísticas (insights, Analytics) de Facebook, LinkedIn y Twitter encontraréis la opción de “Exportar datos“. Haciendo clic ahí, podéis seleccionar el periodo que queráis analizar (por ejemplo un mes), y descargar los datos en un css o excel para trabajar con ellos.

Para Instagram tendréis que buscaros un poco más la vida (y para Instagram Stories pues ya ni os cuento) y apoyaros en herramientas como Metricool, Hootsuite, Falcon o Social Bakers. Esta última en mi experiencia resulta especialmente buena para esto.

Pon a “alguien que sepa” en tu vida

En general, para las pequeñas y medianas empresas, Internet es una buena fuente para conseguir clientes.  La aparente (y sólo aparente) democratización de la publicidad en la red (gracias al uso de interfaces muy intuitivas) ha servido también para que muchos pequeños empresarios (la mayoría sin ningún tipo de contacto previo con el mundo de la publicidad digital) se hayan lanzado a crear anuncios social paid “invirtiendo” un poco de dinero.

Muchas veces ocurre también que estos mismos empresarios acaban contratando servicios para sus negocios que realmente no necesitan (como páginas web completamente sobredimensionadas, o muy poco útiles) o que ponen el foco en una red social que puede ser la menos adecuada.

Por ejemplo, invierten algo de dinero en publicidad en Facebook (sin saber muy bien por qué lo hacen) o contratan una página web muy compleja porque creen que es lo que verdaderamente necesitan para adaptarse a la transformación digital. Como no ven resultados, pasan a otra cosa y ahí se acaba su historia de amor digital.

La transformación digital ofrece numerosas oportunidades pero, obviamente  y por muchos motivos, no todo el mundo está preparado para abordarla con éxito. Hacer una campaña de publicidad online  (por muy sencillo que pueda parecer) esconde un montón de secretos. No todos los empresarios tienen el background necesario para desarrollar una estrategia adecuada de marketing digital. Para diseñarla, primero, ejecutarla, después, y medir sus resultados.

Actúan por pura inercia. Facebook les ha sugerido anunciarse para llegar a un público más amplio y les ha parecido bien.

Lo ideal sería que hubiesen empezado respondiendo a un montón de preguntas. ¿Necesito invertir tiempo y dinero en las redes sociales? ¿Necesito estar en todas las redes sociales? ¿No me interesaría más anunciarme, por ejemplo, en YouTube? ¿Sería adecuado pensar en una estrategia de contenidos más enfocada al medio y largo plazo o lanzarme directamente a pujar por aparecer en las búsquedas de Google que más me interesan? ¿Me vendría bien generar mi propia newsletter?…

No parece que tenga mucho sentido empezar a invertir en publicidad online sin saber qué posibilidades existen realmente en el nuevo paradigma digital, ni cuáles son las que mejor se adaptan a tus necesidades. El coste de oportunidad en estos casos suele ser mucho más importante que la inversión realizada en una campaña que habrá nacido para fracasar.

A muchas Pymes les cuesta dar el paso de hablar con consultorías y ponerse en manos de especialistas. Muchos pequeños y medianos empresarios tienen la sensación de que sencillamente pueden hacerlo ellos mismos, como los Ramones y sus cuatro acordes y sus flequillos y sus pitillos y esa actitud tan Do It Yourself. Pero en realidad no pueden.

Tendemos a imaginar que cualquiera puede llevar el negocio a Internet con cierta facilidad. Y claro que cualquiera puede, pero solo para acabar perdiendo el tiempo, las oportunidades y – por supuesto – el dinero.

El fin de la inocencia de Instagram Stories

En los últimos meses, los usuarios han cambiado rápidamente su forma de relacionarse en las redes sociales y de un modo cada vez más evidente, están decatándose por el formato Stories: pequeñas historias de un máximo de 15 segundos que sólo están disponibles durante 24 horas. En los Stories encontramos un poco de todo: principalmente imágenes y vídeos en vertical creados al momento, como las pizzas en de las pizzerías italianas.

La inmediatez es quizá la característica principal de los Stories. La interacción entre usuarios es la segunda. En cualquier caso, sólo en la red de Facebook (con Instagram y Whatsapp incluidos) se comparten ya unos 1.000 millones de Stories al día, una tendencia que va en aumento y que hace pensar que, a corto plazo, se generará más material de este tipo que de las clásicas publicaciones.

Como no podía ser de otra manera, en el lugar en el que está la audiencia quieren estar también las marcas. Por eso, los anunciantes están reordenando su manera de invertir en redes sociales y han puesto el foco en esta nueva realidad.

Resumiendo mucho las cosas, Instagram copió la idea de los Stories de Snapchat y sencillamente consiguió dar en el clavo. Aunque Facebook haya comprado Instagram desde entonces, ambas redes sociales siguen siendo muy distintas. Las peculiaridades de cada una hacen que por ejemplo, mientras que en Facebook las marcas ya no tengan verdaderas posibilidades de conseguir impresiones sin sacar la billetera, en Instagram el tráfico orgánico todavía sea posible. La clave seguramente está en la presión que los propios usuarios de Instagram ejercieron sobre la plataforma cuando las cabezas pensantes de Insta decidieron ordenar las publicaciones basándose en un algoritmo similar al de Facebook. El experimento no gustó y la red social decidió dar marcha atrás, volviendo al feed temporal. Pero… ¿Hasta cuándo durará el feed temporal en Instagram? Decenas de ingenieros estarán pensando en este mismo momento cómo conseguir manejar qué ven los usuarios en Insta (y qué no), sin que la plataforma se pegue un tiro en el pie.

Hasta que ese día llegue, los Stories en Instagram siguen siendo una buena forma de conseguir publicidad a bajo coste para las marcas y empresas que sepan manejarlos. En realidad, el precio de las impresiones en Instagram ya es más alto para los Stories que para las publicaciones del feed (es decir, cuesta más aparecer en un Storie de Instagram promocionado que en una publicación pagada); por eso, una de las claves está en conseguir generar Stories orgánicos que atrapen a los consumidores. Con un equipo de redes suficientemente fresco y atrevido detrás, capaz de hacer cosas distintas y originales en los Stories, cualquier marca puede destacar.

Obviamente, no es fácil. En realidad, sigue siendo tan difícil como siempre; los nuevos canales ofrecen nuevas oportunidades; se trata de ser original y divertido, de captar la atención de la audiencia, de invertir tiempo y tener las cosas más o menos claras. Todas estas premisas forman parte esencial del origen mismo de la publicidad y por eso la verdadera pregunta, nuevas oportunidades al margen, sigue siendo la misma de siempre:

¿CÓMO?

No hay respuestas mágicas (y el que diga lo contrario sólo quiere tu dinero) pero casi por definición, si te decides a entrar en el mundo de los Stories como marca, debes asumir que necesitas hacer las cosas de una manera distinta. Nadie entra en las redes sociales (y mucho menos en los Stories) para ver anuncios de perfumes de Navidad. Nadie. Los consumidores de Stories quieren divertirse y husmear en lo que hay detrás de las marcas; son curiosos, quieren saber más, buscan contenido fresco y no atienden a los patrones más clásicos y convencionales de publicidad. La única manera de conseguir crear buenos Stories es centrarse en generar una buena comunidad. Y por buena quiero decir auténtica.

Tu red orgánica es lo más importante que tienes en cualquier red social (¡seguidores que te conocen y por los que no pagas necesariamente para impactar!). Párate veinte segundos a pensar lo que significa eso. Necesitas seducirlos en cada publicación. Por eso, en todos los Stories y en cualquier publicación orgánica necesitas buscar siempre la excelencia, del mismo modo que la buscas en tus anuncios. Y ahora podría añadir esa lamentable amenaza-coletilla que tanto detesto: si no lo haces tú, ¡seguro que otro lo hará por ti!

You Are Fake News.

Desde que Donald Trump ganó las elecciones a la presidencia de los EEUU en 2016, el prestigio de Facebook ha ido de mal en peor. No es de extrañar. Como todo el mundo sabe – o puede que tal vez no – Trump utilizó datos del comportamiento de los usuarios en Facebook para ganar aquellos comicios. ¿Cómo lo hizo? Básicamente creó una red de noticias falsas que le ayudaron a conseguir votos.  Resulta difícil de entender cómo es posible que aunque todo el mundo tiene conciencia de este hecho, Donald Trump sigue presidiendo el país más influyente del mundo (claro que esa es otra historia).

En realidad, Trump no consiguió votos con sus fake news. No sucedió exactamente así. El equipo de analistas de Trump, que era realmente bueno en su trabajo, identificó que sería mucho más fácil (y mucho más rentable) quitarle votos a la candidata rival (Hilary Clinton) que conseguir votos para Trump. A toro pasado, no hay que ser un verdadero lince para intuir que quitarle votos a Hilary tiene que ser necesariamente más fácil que conseguirlos para Trump, pero es que, una vez que algo está hecho, tiende a parecer extremadamente sencillo.

Ese fue su gran acierto; los malditos analistas de Trump identificaron qué Estados necesitaban para ganar la presidencia y actuaron con mucha audacia. Por ejemplo, si eras un amante de las armas y vivías en uno de esos estados clave para la presidencia, es más que probable que recibieras alguna noticia en tu muro de Facebook del estilo: “Hilary Clinton prohibirá las armas de fuego si gana las elecciones“.

Estas fake news estaban auspiciadas por el equipo de Trump con el consentimiento de Facebook, que ni siquiera advertía de que ese contenido infame era además pagado, es decir: publicidad. Facebook sólo utilizaba mensajes confusos como Contenido Destacado.

Desde entonces, Facebook y las noticias falsas están en el punto de mira de todos y el debate ha acabado por pervertirse. Pensar que el problema está fundamentalmente en las noticias falsas es algo muy limitado. Es culpar al medio (que además no es un medio de noticias, aunque se vista de seda) y olvidarse del mensaje. En realidad, las noticias falsas existen casi desde que el hombre es hombre. ¿Acaso en la era previa a las redes sociales no había noticias falsas? ¡Por supuesto que sí! Las noticas falsas han estado ahí desde siempre y lo seguirán estando (aunque esto no quiere decir que no haya que combatirlas). Sobre todo se necesita generar cierto pensamiento crítico que las arrincone, que haga que la gente sonría cuando se topa con una.

Sinceramente, me preocupa mucho más enseñar a los jóvenes a cuestionar lo que se da por sentado, a que aprendan a valorar el origen de la información, a que busquen distintos puntos de vista y decidan por sí mismos, que todas esas monsergas al estilo Facebook Is New Evil. El problema seguramente no es tanto de Facebook (que también), sino de cómo millones de personas han llegado a creer que Facebook iba más allá de una red de entretenimiento. Tomarse verdaderamente en serio lo que aparece allí es… bueno, es como ir a la fiesta de cumpleaños de tu sobrino pequeño vestido de esmoquin.

Por eso, lo fundamental es concentrarse una vez en la educación, porque resulta la única manera de evitar que “los malos” triunfen (o sigan triunfando). Atribuirle a Facebook la responsabilidad de todos los fracasos del mundo sólo sirve para llevar el debate a su terreno.

La desconexión

Desde hace muchos años tengo la sana costumbre de leer un poco todos los días. Diría que por lo menos leo treinta minutos al día, aunque casi siempre acaban siendo bastantes más. Ya sé que atendiendo al sentido literal del verbo, casi todos leemos mucho más de treinta minutos al día: mensajes, mails, notificaciones, más notificaciones, ¡muchas más notificaciones!… Pero ya sabéis a lo que me refiero; hablo de leer de verdad.

Lo que hago es saltar de un libro a otro, incluso de un formato a otro, y por supuesto, también tengo mis géneros favoritos. Me gustan especialmente las novelas, aunque últimamente estoy leyendo muchos ensayos, biografías y algunos libros de divulgación. Una vez leí que “a partir de cierta edad no tiene sentido seguir leyendo novelas”. Me pareció una tontería que sonaba muy bien, pero vaya usted a saber.

Evidentemente, leer me ayuda mucho en mi trabajo. Además, las ideas surgen cuando la mente divaga, y la lectura favorece ese tipo de ambiente relajado. Leer aporta conocimiento, confianza y – mis disculpas por la insistencia – la maravillosa sensación de generar ideas propias.

Sin embargo, últimamente no me resulta fácil encontrar huecos para leer. Y juraría que lo estoy notando. En realidad, lo que creo que estoy notando es el efecto de estar permanentemente conectado. Y supongo que no soy el único por aquí. Hace unos meses leía una publicación de un contacto de LinkedIn que hablaba de un “retiro de desconexión tecnológica”. Lo entrecomillo aunque no estoy seguro de que él lo haya escrito exactamente así. No importa. Me pareció algo muy inteligente por su parte. El contacto en cuestión trabaja para la empresa que organiza, entre otras cosas, La Vuelta a España. Después de estar tres semanas seguidas involucrado en las redes sociales de la carrera (y con el trabajo previo y posterior que un evento de estas características forzosamente requiere) todos los implicados deberían plantearse seguir su ejemplo.

Un cierto grado de desconexión del mundo digital que nos rodea resulta clave. Al menos, eso creo. En un contexto como el actual cada vez resulta más difícil mantener el foco en una tarea concreta. Las tareas -desde hacer una barra de pan a preparar una campaña de marketing digital- requieren cierto grado de atención y una predisposición determinada. Es fácil decirlo pero resulta cada vez más complicado llevarlo a la práctica.

Por eso, particularmente, he decidido parar. Aparcar las notificaciones, limitar mi acceso al móvil, olvidarme de Internet cuando no toque. Parece relativamente sencillo y también parece que no es algo verdaderamente importante. Pero se trata de recuperar la capacidad de atención: de comer cuando toque comer, de dormir cuando toque dormir. De estar con la familia o los amigos sin el “chantaje” del smartphone. De trabajar cuando toque trabajar (y no es que vaya a trabajar menos: es que voy a hacerlo mejor).

¿Cómo puede alguien concentrarse en crear una buena publicación con un ojo puesto en cualquier otra cosa? Ha llegado el momento de no permitir que las distracciones gobiernen nuestros días; también de leer muchos más libros y muchos menos mensajes.