La desconexión

Desde hace muchos años tengo la sana costumbre de leer un poco todos los días. Diría que por lo menos leo treinta minutos al día, aunque casi siempre acaban siendo bastantes más. Ya sé que atendiendo al sentido literal del verbo, casi todos leemos mucho más de treinta minutos al día: mensajes, mails, notificaciones, más notificaciones, ¡muchas más notificaciones!… Pero ya sabéis a lo que me refiero; hablo de leer de verdad.

Lo que hago es saltar de un libro a otro, incluso de un formato a otro, y por supuesto, también tengo mis géneros favoritos. Me gustan especialmente las novelas, aunque últimamente estoy leyendo muchos ensayos, biografías y algunos libros de divulgación. Una vez leí que “a partir de cierta edad no tiene sentido seguir leyendo novelas”. Me pareció una tontería que sonaba muy bien, pero vaya usted a saber.

Evidentemente, leer me ayuda mucho en mi trabajo. Además, las ideas surgen cuando la mente divaga, y la lectura favorece ese tipo de ambiente relajado. Leer aporta conocimiento, confianza y – mis disculpas por la insistencia – la maravillosa sensación de generar ideas propias.

Sin embargo, últimamente no me resulta fácil encontrar huecos para leer. Y juraría que lo estoy notando. En realidad, lo que creo que estoy notando es el efecto de estar permanentemente conectado. Y supongo que no soy el único por aquí. Hace unos meses leía una publicación de un contacto de LinkedIn que hablaba de un “retiro de desconexión tecnológica”. Lo entrecomillo aunque no estoy seguro de que él lo haya escrito exactamente así. No importa. Me pareció algo muy inteligente por su parte. El contacto en cuestión trabaja para la empresa que organiza, entre otras cosas, La Vuelta a España. Después de estar tres semanas seguidas involucrado en las redes sociales de la carrera (y con el trabajo previo y posterior que un evento de estas características forzosamente requiere) todos los implicados deberían plantearse seguir su ejemplo.

Un cierto grado de desconexión del mundo digital que nos rodea resulta clave. Al menos, eso creo. En un contexto como el actual cada vez resulta más difícil mantener el foco en una tarea concreta. Las tareas -desde hacer una barra de pan a preparar una campaña de marketing digital- requieren cierto grado de atención y una predisposición determinada. Es fácil decirlo pero resulta cada vez más complicado llevarlo a la práctica.

Por eso, particularmente, he decidido parar. Aparcar las notificaciones, limitar mi acceso al móvil, olvidarme de Internet cuando no toque. Parece relativamente sencillo y también parece que no es algo verdaderamente importante. Pero se trata de recuperar la capacidad de atención: de comer cuando toque comer, de dormir cuando toque dormir. De estar con la familia o los amigos sin el “chantaje” del smartphone. De trabajar cuando toque trabajar (y no es que vaya a trabajar menos: es que voy a hacerlo mejor).

¿Cómo puede alguien concentrarse en crear una buena publicación con un ojo puesto en cualquier otra cosa? Ha llegado el momento de no permitir que las distracciones gobiernen nuestros días; también de leer muchos más libros y muchos menos mensajes.

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