Las personas extremadamente inteligentes suelen estar casadas con personas mucho menos inteligentes que ellas. Lo más probable es que si le preguntas por qué a un auditorio de estudiantes universitarios las respuestas que encuentres estén orientadas hacia sesgos cognitivos y conductuales.
Pero en realidad, la respuesta es muchísimo más sencilla.
Si eres extremadamente inteligente lo más probable –literalmente– es que acabes enamorado de alguien con un coeficiente intelectual más bajo que el tuyo. Digo literalmente porque es así: tendemos a buscar causalidades metafísicas (por así decirlo) ante realidades que responden a meras cuestiones estadísticas. Al fin y al cabo, si tienes un coeficiente intelectual muy superior a la media, casi todo el mundo es por definición mucho menos listo que tú. Por eso, las probabilidades de que acabes casado con alguien menos inteligente que tú son mucho más altas. Lo mismo sucede con la altura, el desempeño, el nivel de renta y todo lo demás.
Es lo que se conoce como Tendencia a la media, y aunque es un fenómeno muy estudiado en ciencias sociales nos sigue costando asimilarlo.
Esta tendencia es la que hace que, después de una gran bronca del jefe, el resultado de un empleado vuelva a ser el esperado: el que acostumbra. ¿Qué significa esto exactamente? Significa que si mi porcentaje de acierto en tiros libres es de un 80% y he fallado el primero, la tendencia a la media será la que haga que meta el segundo ¡y no el entrenador gritándome desde el banquillo lo malo que soy!
Las grandes broncas y los malos ambientes no sirven de nada, en realidad. Como mucho, para conseguir el efecto contrario que pretenden. Sirven, sobre todo, para desmotivar y romper buenos equipos, y para que gente talentosa acabe decidiendo marcharse. En general, los equipos con ambientes tranquilos que aceptan el error como parte del juego funcionan mucho mejor. Y en equipos pueden poner casi cualquier cosa: parejas, sistemas educativos, relaciones paterno-filiales (¿son las más complicadas del mundo?)
Me acuerdo de todo esto porque he estado viendo la película Monsters Inc. con mis hijos y el final me ha parecido brillante, con las risas de los niños generando más energía que la que obtenían con los gritos de pánico.
No es la mejor película de Pixar, pero aún así, esta última escena es una de esas lecciones para la vida que a veces nos recuerdan las pelis para niños (y no tan niños) y que haríamos bien en no olvidar.