Si lo has pensado y lo tienes claro, piénsalo otra vez. 

Cuando alguien dice que me lo pienso demasiado, suelo responder que “muchas gracias”.

Abalanzarse sobre las conclusiones es uno de los grandes males endémicos de nuestro tiempo. Parece que hoy en día todo tiene que suceder muy rápido, y con las conclusiones sucede un poco lo mismo. Buscamos respuestas rápidas y directas, a veces un poco binarias (Twitter ha hecho daño en este sentido. Los algoritmos que sólo nos dan la razón también).

Este “salto hacia la conclusión” no tiene tanto que ver con la determinación como con nuestro modo de pensar. Lo cierto es que estamos diseñados para validar de forma rápida los argumentos que funcionan en base a la información de la que disponemos (es decir, en base a nuestro conocimiento). Pero sucede que, paradójicamente, cuanto menor es la información de la que disponemos, más fácil es que saltemos hacia una conclusión, generalmente errónea. Los niños dudan muy poco en sus planteamientos porque tiran de lo que tienen a mano. Si una historia les parece buena, es suficiente. A los adultos nos sucede más o menos lo mismo. Buscamos una relación causal y si encaja la validamos. Por eso resulta tan importante aprender a cuestionarse nuestras conclusiones, especialmente las más rápidas, aunque las hayamos dado por sentado.

Si lo has pensado y lo tienes claro, piénsalo otra vez. 

El salto a la conclusión es también filosófico, o histórico. A partir de nuestras experiencias construimos una historia (individual o colectivamente) y, si nos parece suficientemente convincente, la validamos. De esta historia, que es la que transciende hacia cierto grado de verdad, extraemos determinados aprendizajes y seguimos adelante, tejiendo nuevas historias… pero ¿qué pasa si la historia que construimos está basada en causalidades inexactas? ¿Qué pasa si esa historia ni se aproxima siquiera a la verdad?

Este hecho afecta también a las agencias de marketing y a los creadores, muchas veces obsesionados con las exigencias de la audiencia. Decía Henry Ford que si se hubiese fiado de los datos nunca hubiese fabricado coches: hubiese criado caballos más rápidos. Al fin y al cabo, eso era lo que las encuestas exigían. Lo mismo sucede con el Iphone. Lo que los consumidores demandaban hasta entonces era móviles con el teclado físico (estilo BLACKBERRY) mucho más grande. Otro ejemplo más: David Bowie reconocía que sus peores discos son aquellos en los que más quería gustar.

Sucede algo similar en la analítica digital. Los datos se han convertido en el nuevo oro y tienden a decidir a modo de decreto, pero los datos en sí mismos tienen un valor más bien escaso. Facilitan el salto a la conclusión, pero los seres humanos (aún) no son robots. En la interpretación del dato encontramos realmente la clave (y no sé si hacía falta decirlo, creo que sí).

Así las cosas, si interpretamos determinados datos sin mucho contexto y hacemos una comparación entre Donald Trump y Barack Obama, el segundo sale muy mal parado. Obama inició una guerra y Trump no. Es un dato objetivo y también bastante demoledor. Obama repatrió un 30% más que Trump. Es otro dato importante. Hay otros cuantos datos objetivos en esta misma línea. Pero sería absurdo pretender hacer un análisis serio obviando todo lo demás. Incluso lo que no está en los datos. La metafísica. ¿Significan estos datos (importantes, no hay que negarlo) que Obama ha sido peor presidente que Trump? No. Por supuesto, hay muchos otros acontecimientos (algunos intangibles) que van en una línea radicalmente distinta y demuestran lo contrario. Significa, solo, que los datos, alejados de su contexto (o extrapolados), no sirven de nada.

“Saltar a la conclusión” significa, al fin y al cabo, precipitarse, dejarse engañar por la primera solución (o la primera conclusión) que tenemos a mano; que puede parecer, de inicio, brillante pero que en realidad, la mayor parte de las veces, no soporta una reflexión más profunda.

En la inteligencia -casi emocional- de saber controlar ese primer impulso de éxito (que podríamos llamar de “¡eureka!”) para hacerlo pasar por un proceso más reflexivo, descansan el acierto y la mayoría de las buenas decisiones.

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