Lecciones de Red or dead

Me gusta mucho este autor, David Peace. Me gustó en “Maldito United” y me ha gustando también en “Red or Dead”.

Resulta curioso, supongo, porque no me gusta mucho el fútbol y ambos libros cuentan la historia de dos míticos entrenadores del fútbol británico, dos personalidades que consiguieron grandes éxitos con dos equipos ingleses en las décadas de los sesenta, los setenta y los ochenta.

En Red or Dead, que es libro del que quiero hablar, David Peace cuenta como Bill Shankly llegó a un Liverpool en horas bajas. En horas muy bajas. Era el año 1959 y el club estaba en la Segunda División inglesa con un futuro más bien incierto.

El libro es bonito porque retrata una época muy distinta a la actual, con sus luces y sus sombras. Con una inocencia perdida, y en muchos sentidos mejor. Pero lo que más me interesa, al menos para este blog, es que las lecciones del éxito de Bill Shankly (poco menos que una deidad en Liverpool) resultan de lo más interesantes para cualquier negocio.

Bill Shankly aterrizó en el Liverpool prometiendo ”trabajo duro y sentido común”, toda una declaración de intenciones para empezar que resulta tan fácil de decir como difícil de ejecutar.

Supo ser flexible con la directiva del club pero sólo hasta cierto punto, flexible pero exigente, con los directivos y con los jugadores. En realidad, lo más interesante del éxito de Shankly es que supo entender que cualquier empresa que quiera ser verdaderamente grande necesita transformar su cultura de manera radical.

En este sentido, me gustó mucho y me parece paradigmático un capítulo, hacia el inicio del libro, en el que un Shankly recién llegado a Liverpool se reúne con el presidente y los directivos para recriminarles, de un modo muy británico, el lamentable estado en el que se encontraban los baños del estadio.

Los directivos se miran entonces extrañados porque no entienden cómo unos baños en mejor estado podrían ayudar al equipo a ganar más partidos.

Bill Shankly sí lo entendía y creo que yo también lo entiendo. A eso me refiero cuando hablo del tipo de cambio de cultura que Bill Shankly impulsó en el Liverpool Football Club para pasar de jugar en la Segunda División inglesa a ser el mejor equipo de Inglaterra con él de entrenador.

Me gusta mucho también cómo Shankly celebra cada pequeño triunfo y cómo  entiende lo importante que es ir dando pequeños pasos en la dirección adecuada, desde mejorar el césped hasta motivar a cada jugador. Desde poner a los canteranos a entrenar primero y limpiar después, hasta mejorar los métodos de entrenamiento del primer equipo.

Sin embargo, la historia de Shankly en el Liverpool Football Club no deja lugar a engaños: para conseguir grandes resultados todos los detalles importan, sí, incluso los más pequeños. Cada pieza de la organización tiene que ser consciente de ello, desde el utillero hasta el delantero centro. Y todas las partes del club necesitan buscar la excelencia. Pero hay más. Cabría destacar también la capacidad de Shankly (y la de David Peace, por narrarlo) de entender que los milagros nos existen, que para ganar se necesita también un gran equipo. Talento.

Shankly pidió unos cuantos fichajes (muchos, en realidad) muy consciente también de que un club sin talento, o con poco talento, puede trabajar muy duro y ser más o menos competitivo, pero nunca llegará a ser un club campeón.

La lección es clara: sin talento no vale pero sólo con talento tampoco vale.

Si la cultura del club no es la adecuada, si los baños no están limpios, por así decirlo, no esperes construir un club campeón por mucho talento que incorpores. Diría que en las empresas sucede exactamente lo mismo.

Embudos de marketing. El mapa y el territorio.

Los embudos de marketing funcionan muy bien, y lo hacen porque son puro sentido común.

El consumidor de hoy es totalmente omnicanal (aunque no tan previsible como los algoritmos quieren pintarlo —diría que hay un interés claro por parte de las dos grandes plataformas de publicidad programática, Facebook y Google, en exagerar las virtudes de sus predicciones, basadas en los excedentes conductuales de los usuarios). Sin embargo, aunque los canales y los medios cambien, o se amplifiquen, en lo verdaderamente importante los consumidores quizá no hayamos cambiado tanto. Supongo que por eso se siguen haciendo remakes de Romeo y Julieta o Hamlet.

En lo que toca aquí —funnels— y de forma general, antes de comprar o invertir en algo, primero ese “algo” tiene que seducirnos. Tiene que “llamar nuestra atención”, como suele decirse, por el motivo que sea.

Para triunfar en esta primera fase del embudo, necesitamos conectar con la parte emocional del consumidor. Si de inicio no resulta fácil captar la atención de una audiencia híperestimulada, hacerlo de un modo puramente racional parece casi imposible.

Aunque hay casos de éxito para todos los gustos, y cada campaña es un mundo, lo más    efectivo suele ser que la primera fase del embudo de ventas intente conectar con la audiencia despertando sus emociones.

La siguiente fase tiene que ver con la consideración. Es el momento en el que empiezas a valorar una marca, un producto, una inversión determinada. Una vez que mostramos cierto interés por un bien o un servicio, lo más habitual es que busquemos información al respecto, o que esa información nos llegue por anuncios basados en nuestra conducta —algo que llamamos remarketing.

Esta información suele ser mucho más racional y cabría añadir que, como en el paso anterior del embudo, puede escalonarse en otro pequeño embudo, como una muñeca rusa.

El siguiente nivel es, en parte, una consecuencia de todos los anteriores. En el momento en el que creemos que un producto nos compensa —que suele ser cuando alineamos lo emocional con lo racional—, cerramos la transacción.

Mi opinión es que el embudo no tiene por qué  terminar aquí. La post-venta, las reseñas o la recurrencia pueden ser fases más bajas del mismo. La clave está en saber diseñar un customer journey ideal basado en embudos conectados entre sí (volvemos a las muñecas rusas) que nos ayude a optimizar nuestro negocio.

Lógicamente, ni todos los consumidores ni todas las categorías ni todos los embudos funcionan del mismo modo, pero, en cualquier caso, los embudos ayudan a marcar una hoja de ruta muy interesante que puede ayudarnos tanto para la creación de una marca hasta para sumergirnos en una campaña de Crowdfunding.

Los embudos ayudan pues a trabajar lo estratégico, y eso siempre es muy positivo.

En este sentido, el ejemplo de la campaña de Crowdfunding de la marca de carne vegetal Heura resulta paradigmático. Hace menos de un año Heura consiguió captar casi 4 millones y medio de euros a través de micro-inversores con una estrategia de embudo de ventas de manual perfectamente ejecutada a todos los niveles.

Sin embargo, del mismo modo que no podemos enfocar las comunicaciones a nuestros equipos centrándonos sólo en el resultado, tampoco podemos separar la ejecución de la estrategia.

En este sentido, si el Crowdfunding de Heura funcionó excepcionalmente bien fue porque cada parte del embudo estaba respaldada con un trabajo previo muy bien ejecutado.

Heura consiguió captar la atención de un nicho de consumidores —cada vez más amplio, por cierto—, consiguió crear y mantener una comunidad real, motivada e implicada —algo que no se hace de ayer para hoy— y entendió cuál era el momento y cuál el mensaje para lanzar su Crowdfunding.

Sin esa narrativa, sin esa comunidad y sin ese contenido detrás, el resultado del Crowdfunding no hubiese sido el mismo.

El aprendizaje para mí es claro: si queremos implementar una estrategia de marketing basada en embudos —algo que es totalmente recomendable—, debemos recordar primero que los embudos sólo sirven cuando todo lo demás también funciona.

Este matiz es muy importante: una buena estrategia no sirve de mucho si todo lo demás —es decir la ejecución, la realidad— no acompaña.

Los embudos son el mapa y el resto es el territorio. Y es importante tener un buen mapa, no cabe duda, pero donde verdaderamente vas a jugártela, donde no puedes fallar, es en el territorio.

 

Cierra la puerta del coche al salir

Fotos: Darío Martínez.
Texto: Dani Permuy.

Cuando hablamos del boom de la movilidad sostenible en Europa tendemos a pensar que el coche ha perdido terreno. Pero no es cierto.

Según Greenpeace, en Europa hay hoy un 25% más de coches que en el año 2.000 (que son unos 270 millones de automóviles más, en cifras).

Se estima que el tráfico rodado, citando la misma fuente, provoca unas 400.000 muertes prematuras al año sólo en Europa, y que es la causa del 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Lo que hay que entender para abarcar este tema es que cuando hablamos de planes de movilidad sostenible, o de cerrar el centro de las ciudades a los coches, no estamos promoviendo caprichosamente una forma de movilidad contra otra. Estamos, más bien, anteponiendo la emergencia climática y la salud de las personas a un modelo de movilidad que no es sostenible, que es poco democrático, que causa miles de muertes al año, que empeora drásticamente la calidad de vida de las personas y que, sencillamente, no puede dar más de sí.

La Comisión Europea señaló el 22 de septiembre como el Día Sin Coche, un guiño que lógicamente no es suficiente porque la movilidad en Europa sigue totalmente centrada en el coche. Se necesitan planes radicales de movilidad sostenible que vayan acompañados de fondos e infraestructuras. Un ejemplo, si sustituyes una vía de doble carril para automóviles por otra con un tranvía central y un carril bici de doble sentido, ocupando el mismo espacio, movilizarás ¡diez veces más viajeros!

Se estima que a finales de siglo el 80% de la población mundial viva en ciudades. Cómo gestionemos la movilidad en esas ciudades es verdaderamente clave para revertir la crisis climática.

Cuando alguien se queja porque se han reducido plazas de aparcamiento drásticamente, o porque tiene restricciones al tráfico en su ciudad, su queja no es objetiva. “Esto no va de promover un modelo de movilidad porque nos guste mucho montar en bicicleta”, como advirtió acertadamente la alcaldesa de París al presentar su ambicioso plan de movilidad sostenible, que está llenado la capital de Francia de infraestructuras enfocadas a la bici. Existe un problema extremadamente grave (la emergencia climática) que hay que abordar sin demora, y existen también una serie de problemas sanitarios derivados de la polución que también tienen que ser atajados.

Sustituir el humo por la pedaladas y el hormigón por los árboles no responde al capricho de unos pocos, responde más bien a todo lo contrario, al más maravilloso de los bienes: al bien común.

Un puñado de libros para aguantar entre las olas

De hace unos años a esta parte hago algo con los libros que me funciona muy bien. Es algo parecido a lo que hace la Iglesia con los Santos (esperan a que estén muertos para beatificarlos, no vayan a equivocarse).

Lo que hago con los libros es no leer novedades (salvo algunas excepciones, como será el caso de Yoga, el último libro de Carrerè, que se publica esta semana y que espero con ganas).

Decía que casi no leo novedades, en el sentido estricto de la palabra. Lo que hago es repasar las listas de mejores libros de los medios especializados que necesariamente aparecen a final de año (Babelia, Rockdeluxe…), seleccionar los que me interesan e ir leyéndolos el resto del año. No es que sea muy original pero la cosa funciona muy bien.

Comparto mis últimas lecturas con un breve comentario, por si les valen.

Los chicos de la Nikel, de Colson Withehead.
Premio Pulitzer, que no es poco (galardón que el autor consigue por segunda vez, por cierto. La primera con El Ferrocarril Subterráneo -obra maestra-).
Es la historia de un reformatorio de Florida para chicos negros como marco de la realidad racial en los Estados Unidos de mediados de siglo XX. El personaje central del libro está construido como solo un auténtico maestro puede hacerlo.

No todos los hombres habitan el mundo de la misma manera, de Jean-Paul Dubois.
También está la cárcel en este libro. En este caso una para adultos. Pero va de muchísimas cosas más. No conocía al autor pero me bajé un fragmento con el Kindle y no pude dejar de leerlo en dos días. Humanismo en tiempos inciertos.

Un amor, de Sara Mesa
Manejando códigos de novela negra y con un estilo propio que es implacable, Sara Mesa crea una especie de tratado sobre la obsesión con el choque entre dos mundos completamente distintos (el campo y la ciudad) de fondo.

No digas nada, de Patrick Radden Keefe
La vida en Irlanda del Norte (o en el norte de Irlanda, según para quién) debía parecerse mucho al infierno durante la época de Los Problemas. Este libro narra parte de lo que sucedió por entonces de un modo elegante, adictivo e imparcial.

Poeta chileno, de Alejandro Zambra
Vale. Si solo van a leer uno de toda esta lista, por favor que sea este.

La vida secreta, de Andrew O’Hagan.
Una especie de ensayo con tres historias no conectadas entre sí, pero que tienen en común la privacidad y la digitalización. La primera historia – habla de Julian Assange- es espectacular y justifica el libro por sí misma. Las otras dos (especialmente la que se refiere al supuesto creador del Bitcoin) también están muy bien.

Otoño, de Ali Smith
Un libro de poesía convertido en prosa. Es una pasada. Maravilloso.

Boulder, de Eva Balsatar.
Una máquina. Es increíble cómo escribe. Difícil de describir. Supongo que narra en primera persona las dificultades de un espíritu libre para seguir siéndolo.

El evangelio de las anguilas, de Patrick Svensson
Un libro de zoología convertido en una carta de amor a las anguilas, y a un padre, y a la naturaleza, que sigue manteniendo misterios mucho más antiguos que el hombre.

Si lo has pensado y lo tienes claro, piénsalo otra vez. 

Cuando alguien dice que me lo pienso demasiado, suelo responder que “muchas gracias”.

Abalanzarse sobre las conclusiones es uno de los grandes males endémicos de nuestro tiempo. Parece que hoy en día todo tiene que suceder muy rápido, y con las conclusiones sucede un poco lo mismo. Buscamos respuestas rápidas y directas, a veces un poco binarias (Twitter ha hecho daño en este sentido. Los algoritmos que sólo nos dan la razón también).

Este “salto hacia la conclusión” no tiene tanto que ver con la determinación como con nuestro modo de pensar. Lo cierto es que estamos diseñados para validar de forma rápida los argumentos que funcionan en base a la información de la que disponemos (es decir, en base a nuestro conocimiento). Pero sucede que, paradójicamente, cuanto menor es la información de la que disponemos, más fácil es que saltemos hacia una conclusión, generalmente errónea. Los niños dudan muy poco en sus planteamientos porque tiran de lo que tienen a mano. Si una historia les parece buena, es suficiente. A los adultos nos sucede más o menos lo mismo. Buscamos una relación causal y si encaja la validamos. Por eso resulta tan importante aprender a cuestionarse nuestras conclusiones, especialmente las más rápidas, aunque las hayamos dado por sentado.

Si lo has pensado y lo tienes claro, piénsalo otra vez. 

El salto a la conclusión es también filosófico, o histórico. A partir de nuestras experiencias construimos una historia (individual o colectivamente) y, si nos parece suficientemente convincente, la validamos. De esta historia, que es la que transciende hacia cierto grado de verdad, extraemos determinados aprendizajes y seguimos adelante, tejiendo nuevas historias… pero ¿qué pasa si la historia que construimos está basada en causalidades inexactas? ¿Qué pasa si esa historia ni se aproxima siquiera a la verdad?

Este hecho afecta también a las agencias de marketing y a los creadores, muchas veces obsesionados con las exigencias de la audiencia. Decía Henry Ford que si se hubiese fiado de los datos nunca hubiese fabricado coches: hubiese criado caballos más rápidos. Al fin y al cabo, eso era lo que las encuestas exigían. Lo mismo sucede con el Iphone. Lo que los consumidores demandaban hasta entonces era móviles con el teclado físico (estilo BLACKBERRY) mucho más grande. Otro ejemplo más: David Bowie reconocía que sus peores discos son aquellos en los que más quería gustar.

Sucede algo similar en la analítica digital. Los datos se han convertido en el nuevo oro y tienden a decidir a modo de decreto, pero los datos en sí mismos tienen un valor más bien escaso. Facilitan el salto a la conclusión, pero los seres humanos (aún) no son robots. En la interpretación del dato encontramos realmente la clave (y no sé si hacía falta decirlo, creo que sí).

Así las cosas, si interpretamos determinados datos sin mucho contexto y hacemos una comparación entre Donald Trump y Barack Obama, el segundo sale muy mal parado. Obama inició una guerra y Trump no. Es un dato objetivo y también bastante demoledor. Obama repatrió un 30% más que Trump. Es otro dato importante. Hay otros cuantos datos objetivos en esta misma línea. Pero sería absurdo pretender hacer un análisis serio obviando todo lo demás. Incluso lo que no está en los datos. La metafísica. ¿Significan estos datos (importantes, no hay que negarlo) que Obama ha sido peor presidente que Trump? No. Por supuesto, hay muchos otros acontecimientos (algunos intangibles) que van en una línea radicalmente distinta y demuestran lo contrario. Significa, solo, que los datos, alejados de su contexto (o extrapolados), no sirven de nada.

“Saltar a la conclusión” significa, al fin y al cabo, precipitarse, dejarse engañar por la primera solución (o la primera conclusión) que tenemos a mano; que puede parecer, de inicio, brillante pero que en realidad, la mayor parte de las veces, no soporta una reflexión más profunda.

En la inteligencia -casi emocional- de saber controlar ese primer impulso de éxito (que podríamos llamar de “¡eureka!”) para hacerlo pasar por un proceso más reflexivo, descansan el acierto y la mayoría de las buenas decisiones.

Menos suscriptores… son más

Como Mailchimp ha cambiado su interface (ahora resulta bastante más intuitivo y recuerda un poco al administrador de Google Ads, al menos en el menú lateral izquierdo), voy a aprovechar para dejar un par de consejos importantes si trabajas con esta plataforma. El primero es archivar audiencias inactivas. ¿Para que te sirve tener 10.000 suscriptores si muy pocos abren tus emails? Sólo para pagar más y para crearte una mala reputación frente a los servidores de correo.

Para archivar audiencias inactivas tendrás que ir a Audiencias y clicar en “Ver todos los contactos”; después tendrás que crear un nuevo segmento con los contactos inactivos y seleccionar la opción de archivar. Eso sí, mucho cuidado a la hora de crear el segmento.

A la hora de archivar contactos inactivos hay varias opciones pero siempre tienes que tener en cuenta que Mailchimp piensa como una máquina -un poco tonta en este caso- y no como una persona. Para mí este es un error crítico de la plataforma y por eso quiero destacarlo para que no acabes archivando contactos que te serían muy útiles.

Si por ejemplo decides archivar (y digo archivar porque eliminar no lo recomendaría nunca) los contactos que no han abierto ninguna de tus últimas 20 campañas de mailing y segmentas sólo con ese parámetro, Mailchimp archivará todos los contactos que cumplan ese requisito sin tener en cuenta otros aspectos clave. Por eso, para segmentar lo que verdaderamente quieres, tendrás que añadir otra/s condición/es, como en el ejemplo de esta imagen.

¿Cómo archivar contactos inactivos en Mailchimp?

Por increíble que parezca, si acabo de darme de alta como suscriptor en tu plataforma y has elegido sólo la primera opción a la hora de segmentar tus contactos (did not open all of the last 20 campaigns), …¡me estarías archivando!

Evidentemente no he abierto ninguno de tus últimos 20 mailings, ¡acabo de darme de alta! Ni siquiera me han llegado… pero a Mailchimp eso le da igual, va por el libro: no filtra si tú no filtras.

Para evitarlo hay varias opciones, una fácil es incluir siempre fechas de alta de los contactos o buscar el nombre de la campaña número 20 del historial y marcarla en una nueva condición del segmento.

Espero que os sea de utilidad 🙂

Monster Inc. y la tendencia a la media

Las personas extremadamente inteligentes suelen estar casadas con personas mucho menos inteligentes que ellas. Lo más probable es que si le preguntas por qué a un auditorio de estudiantes universitarios las respuestas que encuentres estén orientadas hacia sesgos cognitivos y conductuales.

Pero en realidad, la respuesta es muchísimo más sencilla.

Si eres extremadamente inteligente lo más probable –literalmente– es que acabes enamorado de alguien con un coeficiente intelectual más bajo que el tuyo. Digo literalmente porque es así: tendemos a buscar causalidades metafísicas (por así decirlo) ante realidades que responden a meras cuestiones estadísticas. Al fin y al cabo, si tienes un coeficiente intelectual muy superior a la media, casi todo el mundo es por definición mucho menos listo que tú. Por eso, las probabilidades de que acabes casado con alguien menos inteligente que tú son mucho más altas. Lo mismo sucede con la altura, el desempeño, el nivel de renta y todo lo demás.

Es lo que se conoce como Tendencia a la media, y aunque es un fenómeno muy estudiado en ciencias sociales nos sigue costando asimilarlo.

Esta tendencia es la que hace que, después de una gran bronca del jefe, el resultado de un empleado vuelva a ser el esperado: el que acostumbra. ¿Qué significa esto exactamente? Significa que si mi porcentaje de acierto en tiros libres es de un 80% y he fallado el primero, la tendencia a la media será la que haga que meta el segundo ¡y no el entrenador gritándome desde el banquillo lo malo que soy!

Las grandes broncas y los malos ambientes no sirven de nada, en realidad. Como mucho, para conseguir el efecto contrario que pretenden. Sirven, sobre todo, para desmotivar y romper buenos equipos, y para que gente talentosa acabe decidiendo marcharse. En general, los equipos con ambientes tranquilos que aceptan el error como parte del juego funcionan mucho mejor. Y en equipos pueden poner casi cualquier cosa: parejas, sistemas educativos, relaciones paterno-filiales (¿son las más complicadas del mundo?)

Me acuerdo de todo esto porque he estado viendo la película Monsters Inc. con mis hijos y el final me ha parecido brillante, con las risas de los niños generando más energía que la que obtenían con los gritos de pánico.

No es la mejor película de Pixar, pero aún así, esta última escena es una de esas lecciones para la vida que a veces nos recuerdan las pelis para niños (y no tan niños) y que haríamos bien en no olvidar.

Peces grandes, ecommerce pequeños

El ecommerce no es el nuevo maná, aunque muchos se empeñen en afirmarlo y a otros tantos se lo parezca. Por desgracia, la cosa no resulta tan sencilla como aparenta y no es suficiente con abrirse una cuenta en Shopify y sentarse a esperar pedidos.

La realidad es que los casos de éxito de pequeños y medianos ecommerce son relativamente escasos aunque eso sí, tapan todos los fracasos que hay detrás, muchísimo más numerosos.

Unas 9 de cada 10 startups no llegan a los tres años de vida según El País, y algo parecido sucede con los ecommerce, aunque resulte mucho más interesante contar la historia de Hawkers que la de las 1.789 marcas de venta online de gafas de sol que se quedaron por el camino.

Al amparo de la nueva fiebre del ecommerce post Covid proliferan nuevas marcas que se han lanzado a la conquista del Salvaje Oeste queriendo pescar en río revuelto hasta con las manos. Los datos de los titulares parecen propicios para clicar en el anuncio “Abre tu propia tienda online y empieza a vender por Internet en todo el mundo” pero en realidad, detrás de la aparente – y solo aparente – sencillez de la venta online en todo el mundo lo que hay es un mundo lleno de matices y dificultades.

Lees que un 13% de personas ha empezado a comprar online durante el confinamiento y que muchas lo han hecho, además, en categorías que tradicionalmente han estado menos vinculadas al ecommerce, y puedes caer en la trampa de pensar que todo el monte es orégano. Si en ese preciso momento te cruzas con un gurú 🚀 dispuesto a animarte / “ayudarte”: 1. prepara la cartera y 2. date por perdido.

Los datos son siempre interpretables y cuando un estudio dice que “casi la mitad de los compradores online ha utilizado alguna tienda especializada que no había utilizado con anterioridad, especialmente pequeños y medianos ecommerce”, puedes imaginar que entonces sí, que esta es la tuya. Y puede que lo sea, pero también puede que no porque aunque la mayoría de los datos que copan los titulares invitan a pensar que los ecommerce (todos) están haciendo el agosto, la verdad es que cuando rascas un poco más aparecen las vestiduras.

El dato anterior está obtenido del informe de Google “How to compete in ecommerce” y contrasta con la realidad de que la tasa de conversión de los ecommerce medianos se reduce de forma drástica cuando la comparamos con los grandes (Amazon, Zara, Mercadona…) Y si “drásticamente” les parece un término un poco difuso les aclaro: de un 15% a un 2% aproximadamente. Algo parecido ocurre con el recuerdo a las 72h de visita a uno y otro tipo de ecommerce, y lo mismo pasa con el tráfico. Las diferencias en los ratios son bestiales dependiendo del tamaño del ecommerce pero los titulares no buscan diferencias (solo clics).

Los gurús del gremio lo negarán (empeñados en sembrar de cadáveres el camino) pero la realidad del ecommerce se parece bastante a la realidad del mundo offline. Funciona la fórmula de la planificación y el trabajo (y por desgracia no siempre) y las oportunidades son siempre relativas.

Ya lo dice el refranero: no es oro todo lo que reluce.

 

Digital de golpe

Del COVID-19 se pueden sacar todo tipo de conclusiones y, por desgracia, no hace falta decirlo, casi todas malas. La tendencia ahora es decir que ya nada volverá a ser como antes pero… ¿qué quiere decir eso exactamente? Suena bien, la verdad, y yo mismo lo he dicho en alguna conversación sin saber muy bien a qué puñetas me refería, como un personaje del Rey desnudo, vaya.

La manera en la que se enlaza la crisis del COVID-19 con el desafío climático y el fin del orden mundial tal y como lo conocemos me resulta forzada. ¿Por qué debería la crisis del Coronavirus dar como resultado el fin del modelo global basado en las energías fósiles y en un consumismo extremo?

Mi percepción real es que todos estamos esperando a que esto pase para seguir haciendo exactamente lo mismo. O casi. En el ámbito del marketing digital, esta pandemia marcará también un antes y un después y lo hará, principalmente, porque las personas se han conectado como nunca. Hemos interactuado como nunca en todo tipo de redes sociales, hemos “trabajado en remoto” como jamás lo habíamos hecho, hemos hecho la compra online (y muchos otros trámites), y hemos visto que la cosa funciona. Que lo digital es cómodo, flexible, rápido, efectivo e incluso, más económico.

El caso del ecommerce es significativo. El comercio online lleva creciendo a dos dígitos (o casi) desde hace diez años en España pero una parte importante de los consumidores y empresarios no acababan de verlo tan claro. Muchos habían preferido seguir desarrollando su negocio de forma más tradicional. Ahora que todos los consumidores han descubierto las ventajas del comercio online las marcas y empresas que llevan tiempo desarrollando su lado digital tienen mucho ganado.

¿Qué ecommerces serán los más beneficiados en este nuevo paradigma? Según un estudio muy relevante de Afterpay sobre el tema, la categoría de productos ecológicos y alimentación serán las más impulsadas durante y después de la crisis. También la del take away.

Esta nueva realidad no es tan nueva, parece más bien una simple aceleración de unas tendencias que ya eran muy claras.

En la otra cara de la moneda, vivimos una crisis sin precedentes en la venta de alojamientos, viajes y todo tipo de servicios online vinculados a eventos y turismo. Algo que tiene mucho más que ver con el contexto de la situación actual (coyuntura) que con un cambio de modelo futuro para este tipo de plataformas. Es decir, si no se venden entradas ni viajes online será porque la gente no viaja ni asiste a conciertos y no porque el online haya perdido confianza.

Si observamos la tendencia de búsquedas en Google de los tres principales CMS enfocados a iniciarse de manera rápida y fácil en el mundo e-commerce (Prestashop, Shopify y Magento) durante los últimos 5 años, vemos que hay un boom claro en el último tramo en el más sencillo de todos ellos desde el punto de vista del uso (que no significa el mejor), Shopify.

Que el futuro es digital nadie lo duda, pero parece ser que el futuro ha llegado de golpe. A la fuerza. Para todos. Este detalle es importante porque acelerará muchísimo un proceso que ya parecía imparable.

Mis 2 tendencias favoritas para 2020 ✌️

El fin de año es un buen momento para analizar tendencias y valorar listas. Hasta hace bien poco siempre seleccionaba mis mejores discos y mis libros favoritos al terminar el año, lo hacía como una especie de juego pero ahora Spotify lo hace por mí. Creo que la última lista de ese estilo que he elaborado es la de los diez libros que mejor recuerdo de mis años de librero en el Toma 3 (vuelvo a compartirla por aquí, por si a alguien le interesa).

El marketing vive un poco de este tipo de listas y un mucho de las tendencias que estas recogen y anticipan. Obviamente las marcas siempre tratan de adelantarse (o, como mínimo, adaptarse) a las tendencias. No todas. Unas pocas elegidas van completamente a su bola y acaban creando tendencia, aunque cada vez son menos y cada vez en escalas más reducidas. Ser completamente independiente o actuar mirándose sólo al ombligo está hoy al alcance de muy pocas marcas: Outsider Division es un buen ejemplo.

En cualquier caso, en la última década hemos visto algunas tendencias claras; quizá la más relevante (o al menos la que particularmente considero más interesante) sea el cambio en todo lo que tiene que ver con el concepto de propiedad. En líneas generales, parece que el consumidor ha pasado de querer poseer (un coche, una casa, un disco…) a preferir disponer. Hay un ligero matiz entre un verbo y el otro, y un mundo de diferencias económicas y sociales. En mi opinión esa es la tendencia más bestia de la década. A principios de 2019 tuve la suerte de trabajar con uno de los principales grupos europeos automovilísticos en un proyecto de carsharing y entendí por qué los fabricantes de coches están ya mucho más centrados en promover soluciones de movilidad, que automóviles propiamente dichos. Este es un buen ejemplo de ese cambio de paradigma impulsado por la digitalización y que ha hecho cambiar, básicamente, todo.

Foto: www.lantern.es

Este año, las grandes tendencias siguen apuntando a la digitalización (y aunque surgen micro-tendencias contrarias, no parecen tener verdero impacto en grades grupos de individuos). Sin embargo, hay una tendencia que, en mi modestísima opinión, se está imponiendo a todas las demás y que no tiene que ver tanto con la digitalización sino con nuestra manera de entender el mundo. Sucede un poco como con el cambio de paradigma iniciado por los millenials y propulsado por los centennials sobre el desintenrés por poseer cosas. A diferencia de aspectos como el interés por la privacidad o la realidad virtual, esta es una tendencia extremadamente importante porque afecta a lo que somos como individuos. Hablo de la llamada “Revolución Verde“.

El interés por el medioambiente y por un consumo más responsable y sostenible es algo que viene cociéndose desde lejos -comparto una entrevista que hice para La Escena muy interesante sobre este tema- y que marca una línea claramente exponencial. Un dato que habla por sí mismo: 1 de cada 4 productos lanzados al lineal en el Reino Unido durante 2019 era vegano. La Revolución Verde es una tendencia clara y en toda la extensión de la palabra porque abarca aspectos como el estilo de vida, la política y el consumo. Algunos medios, como El País, hacen referencia a la era del veganismo, y todas las categorías – todas – se están viendo sacudidas por este cambio de mentalidad. Los que tarden en entenderlo perderán la oportunidad de hacerle un favor al planeta (y también a su cuenta de resultados).

Otra tendencia que me parece clave destacar, más vinculada al mundo digital pero con importantes connotaciones a todos los niveles, es la hipérbole de la generación de contenido. Los usuarios querían opinar, de inicio. Primero fue en TripAdvisor y en otras plataformas similares y después, de un modo muy natural, como en la vida misma, las valoraciones se han ido abriendo paso al resto de categorías. El boom de nuevas redes sociales (especialmente Instagram y Tik Tok) y el marco de una relación más clara entre marcas y usuarios, hace que el UGC (es decir, el contenido generado por los usuarios) lleve esta tendencia hasta un nuevo nivel. Las marcas audaces que sepan cómo conseguirlo (tarea compleja), podrán disponer de contenido de mucha calidad generado a través de sus propios usuarios (y no hablo de los típicos stories sencillos ni de fotos reguleras). Resulta interesante destacarlo: el hecho es que primero cedimos nuestros datos a las marcas, y ahora estamos dispuestos a cederles también nuestros mejores contenidos.

Captura: Think With Google